mi amigo recibió un mensaje que decía: “Aita, tenemos que hablar. Hay una cosa que quiero contarte”. Su hijo Mikel es un buen chaval de 26 años que lleva un año trabajando feliz de lo suyo. Como es normal, mi amigo se quedó preocupado aunque el mal rato se le pasó en cuanto habló con su hijo. Sin embargo, fui yo el que me quedé con cierta desazón cuando me lo contó. Mikel había recibido el ofrecimiento para ir en una lista electoral en las elecciones municipales del año que viene. Se sintió halagado, pero respondió negativamente. No dudó ni medio segundo. En el futuro, una vez conseguida una mayor estabilidad laboral, dirá que sí, pero ahora, cree que afectaría gravemente a su currículum. Desgraciadamente, no le falta razón.

Encuesta tras encuesta, se confirma el desprestigio de la clase política y con ello, el de una labor que para el sistema democrático y para la gestión de las instituciones, es fundamental. Cuesta mucho dar con gente que quiera presentarse o asumir un cargo público, especialmente para una tarea tan imprescindible como la política municipal. Con este tema me pasa lo mismo que cuando veo a tantos padres en el partido de nuestros hijos gritar al árbitro “¡qué malo eres!” olvidando su ignorancia del reglamento o el pésimo ejemplo que damos, pero sobre todo, que alguien tiene que arbitrar y que al parecer, ellos han optado por quedarse en la grada. La respuesta comodín, para los políticos, como para los árbitros, por seguir con el paralelismo es que cobran por ello, como si el pago nos diera carta blanca para hacer la del perro del hortelano, que ni come ni deja comer. ¡Viva la libertad de expresión y el derecho a la crítica! Eso sí, parece coherente que aderecemos su ejercicio con una pizca de responsabilidad para analizar qué tipo de sociedad estamos construyendo para que entrar en política sea una mancha en el currículum.