Dos carreras, dos másteres, un doctorado, ser funcionario, 20 años de vida laboral, la mayoría de ellos delante de un ordenador y nada de eso me sirve para hacer trámites electrónicos fácilmente con la administración española. Es un dolor de muelas. A la habitual jerga administrativa que todas las instituciones deberían revisar para no hacer de las palabras un muro infranqueable, en el caso de las gestiones por Internet se suma la referencia a cuestiones relacionadas con la tecnología, no aptas para un ciudadano medio. Enfrentarse a un trámite electrónico en alguna web de la administración del reino requiere, por lo general, actuar como un himalayista: analizar las posibles vías, ir visitando varias veces la página web para irse aclimatando y, sobre todo, dosis ingentes de paciencia.

El talón de Aquiles de la administración sigue siendo la atención ciudadana, especialmente la no presencial. No puede ser que prefiramos limpiar los cristales de casa que hacer una gestión con la administración. El argumento de la seguridad para que nadie nos suplante no me termina de convencer. Resulta que puedo mover mucho dinero de forma segura desde el móvil y, sin embargo, en el caso de la administración, solo identificarse a través del dichoso certificado digital requiere de unas destrezas dignas de un desactivador de explosivos.

Si el trámite es con la Seguridad Social, agárrate que viene curva. Menos poner una vela a San Antonio he hecho de todo: enfrentarme a la web varias veces, sufrir sus continuos “no hay citas disponibles”, hasta finalmente recurrir a una amiga que tiene una gestoría que, a modo de pitonisa, me chivó el truco para lograr una cita presencial. Como los recolectores de setas que estos días recorren los bosques, no revelaré la argucia legal a través de la cual he conseguido obrar el milagro: que en el año 2022, me atienda una persona.