erik trabaja en el servicio de inspección de centros de salud y servicios sociales de Suecia. En un momento entre reuniones en Estocolmo, me cuenta que en unos pocos meses, pondrá fin a su vida laboral. Intuyo por su apariencia física que no está en la edad para ello y que ha adelantado el que describe como un ansiado momento. Sin embargo, no es el caso. Tiene 66 años. Cuando le pregunto si no existen posibilidades para haber adelantado su jubilación, su respuesta es automática a la vez que rotunda y vestida de un gesto serio en su rostro: “Eso aquí está mal visto”. Para solventar la sorpresa que me ha supuesto su respuesta, tiro de un “ok, lo entiendo”, aunque realmente no lo haga. Juraría que la cosa por Gipuzkoa se ve algo distinta.

Esperando la llamada para embarcar en el avión, apuro los últimos minutos con el móvil, ojeando las noticias. La confirmación de mi hipótesis aparece en forma de titular. El colectivo de enfermeras reclama que puedan jubilarse a los 60 años. Demandan ser incluidas entre las profesiones que el Real Decreto 8/2015 permite ser pensionista de manera anticipada por ser “de naturaleza excepcionalmente penosa, tóxica, peligrosa o insalubre”, como es el caso de: mineros, personal de vuelo, ferroviarios, artistas, bomberos, policías, también locales y toreros. No tengo información suficiente para valorar si, como el sindicato de enfermeras plantea, su trabajo es tan duro. Reconozco que de primeras se me ocurren otros oficios y, sobre todo, que este tipo de reconocimientos deberían estar vinculados a cada persona y su situación, y no a una profesión. Con una esperanza de vida de 86 años, vivir 26 años jubilado suena bien en lo personal pero ¿la vaca de las pensiones puede dar tanta leche? Lo dudo. Lo que me queda cada vez más claro es que a diferencia de Suecia, aquí, pensar más en uno mismo, no está mal visto.