o tiene nada de casual que en los países de nuestro entorno la consigna vuelva a ser el estudio del endurecimiento de las medidas restrictivas para combatir una nueva expansión de la pandemia del covid-19. La falsa seguridad de la vacunación vuelve a llevar a la ciudadanía a perder la perspectiva. No estamos inmunizados ni comunitaria ni individualmente con una seguridad del 100%. En el mejor de los casos, si partiéramos del supuesto de que las vacunas fueran efectivas contra las sucesivas variantes del coronavirus que se han ido produciendo y contra las que se vayan a producir en el futuro, la inmunización real estaría superando el 90% e incluso el 95%, pero nunca sería completa. Es una circunstancia con la que convivimos durante décadas en otros supuestos víricos (como la gripe) y a la que debemos incorporar a la hora de acometer nuestros hábitos sociales. Resulta objetivamente cierto que, en estos momentos, con estas variantes, y en el grado de protección que ofrecen las vacunas, la mortalidad se ha reducido a su mínima expresión y la gravedad de los casos es menor en los grupos de edad más afectados, que son los de edades juveniles. Pero esto no sirve para preservar el sistema de atención primaria de su saturación ni para renunciar al imprescindible principio de solidaridad en la convivencia. Ese apenas 5% a 10% de población vacunada que puede no verse plenamente segura es suficiente para que dediquemos un último esfuerzo a la prevención. Y a la responsabilidad. En varios países europeos el rechazo a la vacunación empieza a ser un problema. Si bien el 70% ha sido la cifra mágica que representa la inmunidad comunitaria, el 30% restante es una cantidad excesiva de elementos de riesgo en el grado de movilidad global y regional que se da. No existe el falso beneficio de la inmunidad ajena para justificar eludir la vacunación por motivos, cuando menos, peregrinos. En este sentido, debemos felicitarnos de que la respuesta de nuestros jóvenes a la oferta de vacunación está siendo espectacular. En la misma medida, su comportamiento cívico deberá estar a la altura de esa convicción de la necesidad de autoprotegerse. No estamos aún consiguiéndolo, a la luz de las imágenes de aglomeraciones para el ocio que siguen repitiéndose con demasiada asiduidad. Porque, siendo mucho lo ganado, es mucho lo que aún se puede perder.