El proyecto de creación de una Superliga de fútbol, liderado por una docena -ya menos- de clubes muy ricos, ha generado una gran polémica y ha abierto una guerra que va mucho más allá de lo deportivo, en la que están involucrados los equipos, los organismos internacionales del sector y hasta los gobiernos europeos. Un terremoto que, aunque venía larvándose desde hace tiempo, se ha desencadenado en uno de los peores momentos, en medio de una pandemia global que ha impactado -como en muchos otros sectores- en el fútbol y de modo especial en los clubes, que han visto recortados de manera muy sustancial sus multimillonarios ingresos. Esta nueva guerra del fútbol tiene causas, características, derivadas y consecuencias múltiples, aunque todas confluyen en un elemento común: el negocio que genera este deporte-espectáculo. En realidad, el proyecto de Superliga impulsado desde esta élite no es sino un pulso por hacerse con el modelo de negocio del fútbol en Europa, que hasta ahora ha sido un monopolio en manos de la UEFA y la FIFA. En los últimos años, grandes inversores han entendido -y comprobado- que poner dinero en determinados clubes -convertidos, al final, en sociedades anónimas- puede dar pingües beneficios. Quienes impulsan esta nueva competición -que se repartirían de entrada más de 7.000 millones de euros- no ocultan, pese a la retórica, su clara intención de convertirla en un negocio privado y acotado, conscientes de su imperiosa necesidad de reducir el número de clubes a repartir la jugosa tarta de los ingresos. Un modelo por y para privilegiados, insolidario con el sector que les ha encumbrado y proporcionado tantos beneficios y que amenaza no solo a clubes más modestos, sino al propio fútbol base, que sin lugar a dudas vería mermados sus ingresos. El nuevo modelo rompe las reglas de juego y supone la conversión ya de modo integral del fútbol en mero espectáculo y negocio, donde se diluyen los valores intrínsecos al deporte. La Superliga, por otra parte, supondrá también una mayor distorsión de todas las competiciones deportivas que tendrá su impacto directo no solo en los clubes más pequeños sino en los que, como los equipos vascos, están por méritos propios entre los grandes del fútbol y también tienen en el horizonte europeo su expectativa de negocio e ilusión.