l comercio mundial se está viendo amenazado en su normal desarrollo desde el pasado martes debido al inconcebible bloqueo que están sufriendo centenares de barcos literalmente atascados en el canal de Suez tras el accidente sufrido por el gigantesco portacontenedores Ever Given, que encalló en la arena de una de las orillas y quedó atravesado de lado a lado, lo que impide el paso de cualquier tipo de buque. Una situación de incomunicación inaceptable en pleno siglo XXI que afecta a una parte muy significativa del comercio, que ve, como mínimo, retrasadas sus operaciones y pone en peligro sus compromisos de suministros y pedidos y que viene a agudizar una situación ya de por sí complicada debido a la pandemia del covid-19. Mientras los equipos de expertos tratan -sin éxito, de momento- de desencallar el barco, más de 300 buques permanecen bloqueados, lo que está generando una situación entre la incredulidad y la indignación ante las pérdidas objetivas que van a sufrir miles de empresas. No en vano, el canal de Suez es una vía estratégica histórica que conecta desde hace siglo y medio el mar Rojo con el Mediterráneo, facilitando de manera extraordinaria el transporte de mercancías entre Europa y Asia, hasta el punto de que cerca del 13% del comercio mundial transita por este estrecho. Con todo, el bloqueo provocado por el accidente del Ever Given durante una tormenta de arena pone sobre la mesa las debilidades, carencias y fuertes dependencias del desarrollo de la actividad económica en una sociedad hiperconsumista en un mundo globalizado. En primer lugar, pone en primer plano los graves riesgos que supone la preponderancia del transporte marítimo y que ya han generado en los últimos años grandes problemas tanto logísticos como medioambientales. Por otro lado, evidencia la necesidad de disponer de alternativas viables, seguras y sostenibles ante la evidente fragilidad de algunas vías, como la del canal de Suez, que históricamente ha sufrido bloqueos tanto accidentales como a causa de conflictos y guerras. La celeridad y prepotencia con la que Rusia ha propuesto la Ruta Ártica como alternativa rápida, barata, segura y ecológica al transporte de mercancías augura una nueva guerra estratégica en la que el comercio y las necesidades de la sociedad pueden quedar de nuevo a merced de intereses políticos.