a sucesión de datos sobre la evolución de la pandemia de coronavirus alimenta un seguimiento constante, obligado en las autoridades sanitarias y demandado por la opinión pública, del que empieza a ser preciso tomar una cierta distancia. No por desinterés o despreocupación sino por ganar en perspectiva de un fenómeno sobrevenido, ante el que no existe experiencia en cuanto a su impacto anímico social, que se prolonga ya desde hace medio año y que se proyecta en el futuro con visos de persistencia. La distancia sobre el impacto diario puede facilitar la propia reactivación de todos los estamentos de la sociedad: desde la necesaria puesta en marcha de la economía a la normalización, en la medida de lo posible, de los usos y pautas de comportamiento adaptado a las cautelas exigidas. Euskadi sale de un verano atípico y encara un inicio de curso igualmente atípico pero la adaptación a ese escenario es imperiosa. Los datos de contagios -y lamentablemente de víctimas y hospitalizaciones- no se van a diluir de la noche a la mañana. Como en las últimas fechas, tendremos ciclos de reducción del impacto, con un número descendente de hospitalizados y, previsiblemente, más repuntes. Esos dientes de sierra deben analizarse con la perspectiva de su evolución como mecanismo para evitar entrar en ciclotimia de desánimo y euforia. El final de la primera oleada provocó una reacción natural de alivio que bien puede haber sido el germen de esta segunda ola. Igualmente, la llegada de la misma ha causado una incertidumbre ante circunstancias objetivamente dolorosas pero que ha hecho perder la perspectiva de una situación radicalmente diferente en el sistema sanitario, cuyas capacidades se muestran eficientes y suficientes, y en la propia actividad. Sectores especialmente castigados por la dificultad de desempeñar sus funciones conviven con otros que han retomado a buen ritmo su actividad. El impacto severo sobre el empleo no oculta que la herramienta de protección que han sido los ERTE ha permitido que el efecto no sea aún más doloroso. En consecuencia, ni minimizar ni magnificar va a trazar un camino más llevadero. Va a ser largo en todo caso y las víctimas de ayer no pueden quedar en el olvido como tampoco hacer perder la perspectiva de una realidad que habla de un ciclo de menor transmisión y gravedad. Guardia alta sin catastrofismos.