a confirmación por parte de la Organización Mundial de la Salud de que la crisis del coronavirus es ya una pandemia de alcance global, que tiene y tendrá una enorme incidencia en todos los órdenes de la vida, ha provocado una reacción que, en apenas unas horas, ha desencadenado la suspensión de casi toda la actividad susceptible de servir al virus para su propagación. En la jornada de ayer se asistió a una avalancha de comunicaciones para anunciar el cierre de instalaciones y el aplazamiento de actos sociales, económicos, políticos, culturales o deportivos. Tal y como se esperaba que iba a ocurrir tarde o temprano, el Gobierno Vasco decidió extender el cierre de la red educativa a toda la CAV, mientras el lehendakari citaba a los partidos políticos para analizar la posible desconvocatoria de las elecciones del 5 de abril a una fecha que estará en función de la, ahora mismo, incierta evolución de la epidemia. La sensación es que Euskadi se encuentra transitando un camino ya realizado por China e Italia, dos países que llevan la delantera de la epidemia aplicando medidas severas y contundentes para la población, con implicaciones graves para su economía aunque necesarias para enfrentar el contagio y evitar el colapso del sistema sanitario. A la espera de una vacuna que permita inmunizar a la población contra este virus que se transmite sin control a lo largo de cientos de países del mundo, las fuertes restricciones a la movilidad aplicadas por China constituyen, hoy por hoy, la fórmula más eficaz para frenar la expansión del agente vírico. De hecho, el gigante asiático anunció ayer que ha superado el pico más alto de la epidemia, algo más de tres meses después de que el primer infectado fuera detectado en la ciudad de Wuhan. Es una secuencia que, tal y como han vaticinado los expertos, situaría el punto más alto de la crisis vírica en Euskadi entre finales de mayo y principios de junio; es decir, queda por delante todavía un largo camino plagado de restricciones y sacrificios que pondrá a prueba la capacidad de gestión y liderazgo de sus instituciones (públicas y privadas), la madurez de la sociedad vasca y la responsabilidad de cada uno de los ciudadanos. Euskadi está ante un escenario inédito, en el que la prioridad es cortocircuitar la transmisión del virus antes de que la población afectada con su contagio no desborde las posibilidades del sistema de salud. Es una responsabilidad que no se puede delegar.