Independientemente de cuál vaya a ser el desenlace, la sola exigencia al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, para que presentase una moción de confianza era en sí misma un disparate. Junts per Catalunya, o mejor, su líder megalómano, Carles Puigdemont, debería tener claro que en la práctica histórica parlamentaria es el propio presidente quien, voluntariamente, se presenta a una moción de confianza. Y ello ocurre cuando el propio presidente tiene dudas de sus posibilidades para seguir gobernando, y no es el caso. La incongruente iniciativa es un paso más de la errática estrategia de Puigdemont, cuya breve hoja de servicios en la política catalana y española es un cúmulo de disparates que le harán pasar a la historia como una especie de bufón con aires de grandeza.

Ni en sus peores pesadillas hubiera imaginado su padrino y mentor Artur Mas, que le aupó a la presidencia de la Generalitat creyendo que iba a poder manejarle como buen suplente, que aquel leal y sumiso periodista de Girona iba a revestirse con el manto mesiánico de líder del procès, héroe del exilio y en iluminado salvador de las esencias catalanas. Desde esa megalomanía sobrevenida, la casualidad de las matemáticas electorales le concedió de rebote un peligroso poder, como el del mono con una granada en la mano. Exprimió sus siete votos para hacer notar que eran imprescindibles para la gobernabilidad del país, se llevó al huerto de Waterloo a Santos Cardán y forzó al Congreso a aprobar no la amnistía no sólo a los implicados en el procès, sino primero y principal, la amnistía a Puigdemont, un verdadero desafío a la oposición política, mediática y judicial. 

Puigdemont, en su ensoñación, se imaginó amnistiado y soñó con el regreso triunfal a la Generalitat. No contó, primero, con la hostilidad judicial que impidió de momento su amnistía. Tampoco contó con el hastío del cuerpo electoral catalán, que le dejó a él y a su partido en la oposición, en la tierra de nadie. Y la realidad es que, compuesto y sin novia, Puigdemont ha decidido tener en vilo al personal amenazando permanentemente con la inestabilidad política a todo el país.

No puedo estar de acuerdo con que a estas alturas el Junts de Puigdemont sea heredero a aquellas Convergencia i Unió que representaba a la derecha catalana nacionalista. Junts se ha convertido en una especie de cobertura para las ambiciones de un líder iluminado que, eso sí, ha logrado dejar en evidencia al Partido Popular y sus incoherencias que demonizan y amenazan al “huido de la justicia” y al mismo tiempo intentar a toda costa un pacto para desalojar a Pedro Sánchez.

La pretendida moción de confianza, auténtico disparate propuesto por Puigdemont para presionar a Sánchez a no se sabe qué, locura a la que iban a sumarse el PP y Vox, se va dilatando en el tiempo y es muy posible que ni siquiera vaya a presentarse como proposición de ley. Pero lo que ha quedado claro es que lo único que pretende el frustrado president es seguir siendo noticia, él y su partido, tensar aún más el ambiente político en el Estado español y hacerse notar con su protagonismo en una Catalunya en la que, privada de poder, tampoco pinta nada.