La política, ya se sabe, ha sido y es para algunos una oportunidad. Y no precisamente para contribuir a la mejora de la vida de la gente, sino para medrar, para disfrutar de las oportunidades del poder o, así de crudo, para enriquecerse. Por supuesto que no es de hoy sino de siempre. No hay más que asomarse a la historia para comprobar las carreras, los codazos, las más miserables villanías perpetradas por quienes se arrimaron a la sombra del poder. Pero no voy a remitirme a las satrapías medievales ni al derecho de pernada, sino a los paisanos y paisanas –lo siento, pero abundan más los primeros que de las segundas- cuyo único objetivo es aprovecharse en su propio beneficio del poder o de las cercanías del poder, o del encanto irresistible del poder.

Vaya esa constatación a cuenta de los excesos del último machirulo confeso, Iñigo Errejón, que ha desatado las iras del colectivo feminista, la decepción de millones de personas progresistas y los arrebatos escandalizados de sus oponentes políticos. Por supuesto, como era de esperar, hay mucho de hipocresía en este vocerío ya que se aprovechan las golferías del ex portavoz de Sumar para cargar contra ese partido y, ya puestos, para insistir en la demanda de dimisión de Pedro Sánchez. “Todos los sabían, y callaron”, aúlla la derecha como si nadie hubiera sabido –y callado- la frenética rapiña a la que se dedicaron allá donde pudieron cuando mandaban.

Es claro que en el ojo del huracán está la desidia, la falta de voluntad o la pura inercia –incluso la complicidad- que hace imposible ese control por parte de los dirigentes que denominan con el latinajo in vigilando y que se supone deben ejercer con diligencia. Está claro que se vigila poco, que a sabiendas de que el poder corrompe al poder se arriman sujetos cuya única ideología es prosperar económica y socialmente. Al poder se arriman pícaros, arribistas, acomplejados, rijosos, rastacueros y aficionados al coaching que a base de contactos y desparpajo llegan a tocas las lindes del poder ya sea con cargos institucionales, como asesores o, sin más vaselina, como conseguidores.

¿Lo de Errejón? Una vergüenza más protagonizada por un individuo que tocó poder y se sintió impune porque él lo valía. Como tantos otros que abundan en las cloacas de la política.