Con perdón. Suelo imaginar a veces con qué intenciones, con qué talante viajan a Madrid los diputados cuando tocan a pleno. Y quiero suponer que subirán a sus trenes y aviones con la convicción de que les merece la pena, aunque lo que en el centro más centro de eso que llaman España les espera sea un pozo séptico, el estercolero en que la derecha ha convertido el debate parlamentario. Aunque la mayoría ya se avecindaron en la Corte, a gastos pagados, allá se van sus señorías periféricas con el hastío en el alma los menos, con la consigna aprendida los más los meritorios aplaudidores.

En el centro de la mierda chapotean los que convirtieron el Congreso en un vertedero de insultos, injurias y mentiras, los que no han parado de hiperventilar desde que perdieron el poder. Son como esos matones de barrio o de clase, a la salida te espero, que dedican cada debate a provocar el titular estridente, los que son capaces de encanallar la política sin importarles un bledo el hartazgo del personal –cada vez menos– que se interesa por cómo y hacia dónde va el país. Ese vertedero de agravios es ya cosa de dos: derecha e izquierda, Feijóo y Sánchez, hienas y lobos, víboras y cobras. Se ladran, se injurian, se caricaturizan, se desafían...

Llegan desde sus destinos, unos más trajeados que otros, calientes los ánimos tras la consigna y azuzados por los medios afines, para exhibir su músculo ante la ciudadanía atónita, bueno la que sigue –de nuevo, cada vez menos– esos zafarranchos y basta un leve repaso a las boñigas del debate para echar cuentas del despropósito. Un proyecto de ley aprobado por unanimidad que provoca en la derecha un espasmo tras la colleja de la prensa amiga. ETA, ETA, siempre y para siempre ETA, víctimas enarboladas como arma y víctimas que protestan por sentirse manoseadas, un desastroso y ridículo coito con marcha atrás demasiado tarde. A cuenta de las pillerías cutres y casposas del tal Koldo y el supuesto padrinazgo de su jefe y exministro, una querella contra el Gobierno… ¡por corrupción! ¡Váyase, señor Sánchez! –otra vez– y en eso que le arrean diez años a Zaplana por corrupto. El frente judicial, a lo suyo, “el que pueda hacer que haga” y el fiscal general –que es de los contrarios–, empapelado. Gritos, insultos, aplausos, pateos, un sindiós en el centro de la mierda.

Pero cómo no va a estar harto el personal, cómo no va a cerrar los oídos ante la algarada permanente, ante la escandalosa falta de moderación, ante la desaforada e irracional estampida de una derecha que ve cada vez más lejos recuperar el poder. No queda ya mucha confianza en recuperar los mínimos de templanza y de respeto en la cloaca de las Cortes españolas. Toda la política que en ese teatrillo cortesano es pringue, injuria y avidez por el poder. Y para que no falte de nada, queda todo rebozado con las correrías del emérito, ese señor tan campechano al que España debe la democracia, ese señor comisionista que después de haberse forrado vive su exilio dorado sin ruborizarse después de que ya son públicas sus vergüenzas, sus complicidades golpistas, después de que ya se sabe que sus fornicios con la vedette se los pagamos a escote. Esto, amigos y amigas, es lo que hay y lo que habrá hasta que para nuestra desgracia, la derecha extrema y la extrema derecha le den la vuelta. Y no quiero ni pensar a dónde será nuestro viaje.