Según los estudios más recientes, en el conjunto del Estado sólo la preocupación por el desempleo y la salud están por encima de la derivada por la inmigración. Las cifras son escalofriantes, ya que demuestran un aumento absolutamente desaforado del rechazo al inmigrante, un 16% en año y medio. Se comprueba que un 30% de los encuestados reconocen su preocupación por la presencia del colectivo inmigrante, preocupación que en buena parte se concreta en incomodidad cuando no en rechazo.

Van ganando terreno los tópicos manejados por la extrema derecha, al mismo tiempo que prosperan electoralmente sus distintas expresiones políticas. La influencia del colectivo inmigrante en la extensión del desempleo, el excesivo costo de las ayudas públicas y el aumento de la peligrosidad y la delincuencia son argumentos ya asumidos por un tercio de la población. No importa si todas estas afirmaciones son mentira y así se demuestre, no importa que se expandan con mero interés político, el caso es que se asiente y amplíe esa opinión xenófoba para que el rechazo al inmigrante se refleje en las urnas.

Y no cometamos el error de pensar que ese menosprecio y reparo al inmigrante es defecto del Ebro para abajo. El pueblo vasco, emigrante histórico hacia toda la rosa de los vientos, no ha tenido sin embargo un currículum demasiado indulgente con los venidos de fuera. Cierto que era cosa de otros tiempos, pero en la memoria de los que tenemos una edad están aquellos despectivos títulos de “manchurianos”, “coreanos”, entremezclados con el genérico supremacista de “maketos” o “belarrimotzas”. Recuerdo el griterío atronador “¡Indios fuera!” en el viejo estadio de Atocha cuando en el equipo rival figuraban altos fichajes sudamericanos.

Los tiempos han cambiado, cierto, y ahora no nos viene la inmigración desde la España vaciada, sino de más lejos y más al sur, y no nos llegan con maleta de madera y en trenes destartalados, Ahora vienen en pateras, jugándose la vida, huyendo de guerras y miserias. No es sólo que sean más morenos, sino incluso de otro color. Y son pobres, más pobres aún que los que llegaron en otros tiempos buscando trabajo. Cierto que ahora los tiempos han cambiado, que en nuestras instituciones hay una mayor conciencia social y una mayor sensibilidad en la ciudadanía. Pero no lo tienen nada fácil. De tapadillo, y procurando ocultar cualquier signo público de xenofobia, hay entre nosotros una buena parte de ese 30% -y creciendo- de personal preocupado por el los puestos de trabajo que nos quitan, por los recursos públicos que se les regalan, por la desconfianza e incluso el temor que inspiran.

Hay entre nosotros gente que no se corta y manifiesta sin recato su desprecio, su temor y su total rechazo a la presencia de los inmigrantes en nuestras calles. Otros lo reconocen en petit comité o en tono confidencial. Oros lo hacen patente negándoles especio, vivienda, trabajo o saludo. Otros evitan pasar por donde ellos se juntan. Otros, revestidos de autoridad, los desalojan a porrazos o de malas maneras. De las barbaridades xenófobas esparcidas por las redes, mejor ni hablamos. Sin querer expresarlo, de tapadillo e incluso con la conciencia tranquila, hay entre nosotros demasiados candidatos a votar a Vox o a Alvise Pérez.