Sorprendido, recojo del buzón la cédula del censo anunciando la nueva convocatoria electoral... ¿Otra vez? ¿Tan pronto? Casi me parece que acabo de salir de depositar mi voto y ya estamos de nuevo con la papeleta a vueltas. Ahora son las Europeas, el 9 de junio, o sea, en un par de semanas como quien dice. Vale, estaba previsto. Vale, cuando toca, toca y además se trata de procesos electorales diferentes. Pero la ebullición virulenta que se levanta cada vez que en este país se convocan urnas hace que cundan la desazón, el hartazgo y el hastío entre el personal.

Echando la vista atrás, no puedo concretar cuándo fue perdiéndose aquel entusiasmo inicial de los carteles, los mítines, los debates, las consignas y las escarapelas, cuando las campañas electorales eran una fiesta, Quizá aquel gozo democrático duró hasta que el poder fue cosa de dos y se iban alternando mientras el resto, los minoritarios, se iban convirtiendo en meros comparsas evanescentes. Sólo se salvaban de la nada los que mantenían la superioridad, en Euskadi y Catalunya precisamente. Pero hasta tal punto han venido acaparando la atención mediática los dos grandes, hasta tal punto se ha alborotado el gallinero mediático cuando la derecha fue desalojada del poder, que todas y cada una de las campañas electorales se reducen a una reiteración agobiante de los mismos insultos, las mismas mentiras, las mismas hipérboles y la ya nauseabunda lista de exabruptos.

En poco tiempo nos han mortificado sin anestesia las elecciones gallegas, las vascas y las catalanas. En todas ellas se han vociferado idénticos improperios contra Sánchez y el sanchismo por parte de Faijóo y su jauría. En cada una de ellas ha salido a ladrar el nuevo doberman socialista, el ministro de Transportes provocando un mayor alboroto del gallinero mediático. Y ojo, esta algarabía vociferante no se limita a los programas específicamente políticos, sino que solamente uno puede librarse y relajarse con los documentales de La 2.

Y ahora, las europeas. La verdad, a uno le cogen ya saturado, desmotivado, harto de encuestas, reproches, con la convicción de que no nos vamos a librar de broncas y marrullerías. No puedo evitar la sospecha de que buena parte del personal, ya a punto del verano, manifieste su desapego pasando de las urnas. Después y todo, Europa está como lejos y muy pocos saben lo que se cuece allí. Me temo una abstención clamorosa, y lo siento. Porque necesitamos sabernos europeos para enviar a Bruselas a los mejores candidatos, porque de Europa depende el futuro de nuestro sector primario, la toma en consideración del riesgo del cambio climático, porque además, en este momento, hay que frenar la oleada ultraderechista que avanza peligrosamente en nuestra Comunidad Europea.

Hay que votar, claro. Pero eso no quita para que nos sintamos abrumados por tanto comicio sin solución de continuidad, sin un respiro. Y, sobre todo, con la fundada sospecha de que va a volver con mayores bríos la bronca, esa broca política y mediática de la que todavía no nos acabamos de recuperar.