Como quien dice, estamos ya a punto de campaña propiamente dicha, porque en campaña virtual estamos de manera permanente. Así que hasta el 21 de abril corremos el riesgo de que aumenten los decibelios de la contienda política y es conveniente que nos vayamos preparando para ello. La sociedad civil, o sea, todas las personas que hemos sido convocadas a depositar el voto en la urna en esa fecha, tenemos el derecho a que este tiempo trascurra en paz, sin estridencias, en auténtico ambiente de respeto democrático.

Vamos a llevarnos bien

Vaya esta expresión de deseo cívico como contraste al estercolero en que se refocila la política española, ese esperpento de debate a gritos en el que en lugar de argumentos y razones se cruzan navajazos dialécticos, insultos, baladronadas y acusaciones mutuas. Los que llevamos suficiente vida vivida podemos recordar aquellas sesiones parlamentarias casi solemnes en las que se apreciaba el ingenio, el bien decir, la solemnidad incluso, sin que en ocasiones faltase la ironía, el ingenio y hasta el cachondeo. Los plenos parlamentarios tenían algo de litúrgico y ceremonioso, hasta que Josep Borrell pronunció su discurso en el hemiciclo como candidato por el PSOE a las elecciones de 1998. Bueno, intentó pronunciarlo, porque en aquel pleno inauguró el PP una estrategia que no ha abandonado hasta hoy: se dedicó a interrumpir, patalear, abuchear al candidato de forma que a Borrell se le apagó el ánimo y fue incapaz de exponer ni su programa ni cuatro frases seguidas y ahí terminó su carrera en la política española. Más tarde se dedicó a la europea, y ahí sigue, con su alto cargo. A partir de de aquel pleno, todo ha ido a peor. Lo que quizá fuera una estrategia puntual se convirtió en práctica habitual y desde entonces asomarse al lodazal en que se ha convertido la política española es vomitivo.

Volviendo a lo nuestro, los que hemos sido convocados a las urnas el 21 de abril no nos merecemos el aire irrespirable que emponzoñó Galicia durante su campaña electoral, donde se restregaron los mismos fantasmas que apestaban en Madrid y que siguen apestando, y que van a más. Tenemos derecho a esperar unas elecciones limpias, una campaña respetuosa y libre de mentiras, insultos ni descalificaciones personales.

Tenemos derecho a que nuestros representantes políticos se acepten y sepan defender sus propuestas con la vehemencia necesaria pero sin desprestigiar ni despreciar al adversario. Tenemos derecho a que la crítica sea respetuosa y la autocrítica sea sincera. Queremos una campaña propositiva en la que sobren la arrogancia y la exageración. Queremos una campaña con equilibrio entre la utopía y la ponderación. Queremos una campaña en la que sólo se aluda a los errores ajenos para presentar la forma de corregirlos y no para utilizarlos como martillo pilón. Queremos una campaña en la que pese más el presente que el pasado. Queremos una campaña en la que los partidos no se disputen el poder por el poder, sino la posibilidad de mejorar nuestra calidad de vida.

Puede que esto sea mucho pedir. Puede que en esta aspiración haya mucho de ingenuidad. Pero que les conste a los representantes de los partidos, sean cabezas de lista o simples peones de brega, que aquí el personal está más que harto de la política agria, de los insultos y de la bulla, que apaga la tele o la radio en cuanto se les vea pisando charcos. Así que más les vale llevarse bien.