Se trata de un concepto medieval frecuente en los tratados de ascética y se refiere al peor de los demonios, al más dañino y tentador, al Diablo en su máxima perversidad. Ya que de política tratamos, a lo largo de la disputa entre partidos se van fijando los discursos, las consignas y los veredictos mientras entran en tromba los medios de comunicación –añádanse ahora las redes sociales– para refrendar, socializar y afianzar el mensaje. Habitualmente para mal, para atacar, para descalificar, de forma que la embestida inicial, miles de veces repetida, amplificada y convertida en aseveración probada, echaba a rodar el demonio meridiano contra el que todo vale y cualquier afrenta queda impune. Quedaba así señalado de por vida y convertido en demonio meridiano el personaje, que no pasaba de adversario político.

A lo largo de estas décadas de algo parecido a la democracia, estos ataques furibundos a un objetivo concreto han logrado crear sus demonios meridianos cuya sola alusión no sólo pone en guardia, sino que provoca un rechazo instintivo, irracional y primario en amplias capas de la población. Aquí ya conocemos algo de eso, y de sobra. Baste recordar la granizada de injurias que se le dedicaron al lehendakari Ibarretxe a propósito de la presentación de su Nuevo Estatuto Político de Euskadi. La sola alusión al denominado con simpleza Plan Ibarretxe provocaba una especie de histeria agresiva política y mediática que derivó en el rechazo de ese universo y hasta de la opinión popular a la persona del lehendakari. Ibarretxe fue demonio meridiano hasta su retiro del ejercicio de la política. Más persistente, ya que su nombre y apellido lleva ya décadas encabritando al personal del Ebro para abajo es Arnaldo Otegi, cuya sola referencia es invocar al espíritu del Mal, haga lo que haga y diga lo que diga. Aludir a Otegi es, ya de antemano, recurrir al demonio meridiano que todo lo pervierte. De ese mismo infierno han participado también en otras épocas Josu Ternera, Jon Idigoras y otros notorios protagonistas de la izquierda abertzale, también demonizados como “batasunos”.

Ahora, y como candente actualidad, el sanedrín político y mediático ha nombrado como demonio meridiano por excelencia a Carles Puigdemont. Hasta tal punto se ha incrustado en los infiernos al ex president que no sería de extrañar que en cualquier momento el apellido Puigdemont quede incluido en la lista de insultos de la RAE. La máxima denominación del mal, téngase en cuenta, no siempre queda reducida a una persona sino que se prolonga a un concepto cuando todos y todo el tiempo los adversarios lo condenan como máxima afrenta. Es el caso de la amnistía, otro demonio meridiano origen y fundamento de todas las calamidades que amenazan a los buenos españoles. No se les pasa por la cabeza que la amnistía trata de corregir el inmenso error que el PP cometió judicializando el procés aplicando el Código Penal en lugar de afrontar las reivindicaciones catalanas mediante el diálogo y la habilidad política. Por supuesto, para completar la lista es necesario entronizar al príncipe de todos los demonios, meridianos, luciferes, leviatanes, satanases y belcebúes, Pedro Sánchez, que ha vendido España por siete votos de mierda para seguir en el poder. Y, claro, quedan demonizados sus vasallos, los que le sostienen chapoteando entre miasmas y azufre.

Los que otorgan estos títulos demoníacos no se paran a pensar que la única razón para los que asumen esas arremetidas y las siguen soportando es evitar que sean ellos quienes lleguen al poder. Porque ellos, la derecha extrema y la extrema derecha, sí que son el demonio meridiano.