Fueron millones de electores los que el 23-J decidieron evitar con su voto que la derecha y la ultraderecha llegasen al poder. Unos por convicción y otros con las narices tapadas mantuvieron, contra pronóstico, a Pedro Sánchez como líder de un Gobierno de progreso sostenido por formaciones heterogéneas y con un único punto de unión: cerrar el paso a una alternativa PP-Vox. Sánchez, por su parte, se arriesgó al límite, prometió el oro y el moro a sus partidos de apoyo para mantenerse en el poder. Eran de esperar equilibrios en el alambre, y el pasado jueves llegó la primera prueba. Una vez más, cuando el batacazo era previsible y en el último minuto, el prestidigitador Sánchez volvió a sacar el conejo de la chistera: ganó dos de tres, y el que no ganó fue por celos y venganza de uno de sus apoyos.

Y me pregunto: ¿va a ser siempre así? ¿Van a soportar los que apoyaron una alternativa a la ultraderecha estos espacios de tensión cada vez que haya que votar iniciativas del Gobierno? ¿Se va a perpetuar el suspense hasta que queden saciadas todas las reivindicaciones particulares? ¿Será más cierto que los apoyos para evitar una dramática vuelta atrás en derechos democráticos y sociales tenían una intención de mercadillo y sacar tajada?

Da la impresión de que algunos partidos políticos no acaban de entender que pactar, negociar, acordar, son tareas que requieren capacidad para ceder y no imponer. Un proyecto común, entre diferentes en este caso, para mantener un Gobierno de progreso, precisa flexibilizar posturas y, si fuera preciso, dejar pelos en la gatera sin exprimir al posible socio hasta el último aliento. Sin ese talante abierto y ecuánime, cualquier intento de acuerdo puede derivar en trágala o en chantaje. Eso no es negociare, sino chalanear.

En el trayecto y desenlace de este episodio de los tres decretos leyes, han sobrado la arrogancia del Gobierno llevándolos al pleno sin consenso previo alguno, el protagonismo intransigente de JuntsperCat y la incomprensible e inmadura sed de venganza de Podemos. Por otra parte, y esto hay que destacarlo claramente, ha quedado en evidencia que la derecha extrema y la extrema derecha, PP y Vox (añádase el apéndice UPN) han votado contra propuestas que mejoran la vida de la gente, de su propia gente.

Todo esto es un disparate. Estremece pensar que cada vez que vaya a plantearse un proyecto del Gobierno, la ciudadanía tenga que soportar este estado de ansiedad, esta tensión, este decepcionante comportamiento de amigos y enemigos, esta cicatería de una parte y esta coacción de la otra, el personal con el alma en vilo al ver en peligro la única –frágil, complicada, temeraria– solución para salvar la democracia. Vuelvo a preguntarme si va a ser así siempre, porque entre la ansiedad y la desafección de la política será más saludable pasar de todo y allá se las compongan.