Bueno, ya ha logrado Pedro Sánchez su reelección. No se le puede negar habilidad, suerte y ciertas dosis de malabarismo para llevarse al huerto a tantos y tan diversos. Ahora le toca gobernar. Y gobernar en un ambiente político todavía convulso, sin que pueda adivinarse hasta cuándo se vaya a prolongar esta especie de motín callejero nazifascista o las resentidas concentraciones convocadas por Feijóo.

Ahora toca gobernar, y no le vendría mal al presidente electo un inicial esfuerzo de pedagogía para explicar honradamente urbi et orbi el contenido de lo pactado y reconocer el motivo de sus contradicciones públicas. Posiblemente esto es mucho pedir. Ahora toca gobernar y, seamos realistas, son tantos los compromisos firmados para conseguir los votos, que ni el propio Sánchez podrá acordarse de qué y con quién los firmó. No lo tiene nada fácil, ni fácil se lo van a poner. Se abre una legislatura verdaderamente complicada y da la impresión de que el candidato Sánchez ha adquirido con quienes le apoyaron compromisos de envergadura que van más allá de la omnipresente y tan denostada amnistía. El presidente electo ya está advertido. PNV, Bildu, ERC y Junts van a ser –así lo han dejado claro- implacables a la hora del qué hay de lo mío. Mucha habilidad y grandes dosis de honradez va a precisar Sánchez para cumplir lo acordado. Los partidos firmantes de los acuerdos necesitarán tanta mesura como rigor –también paciencia, quizá– a la hora de exigir su cumplimiento, teniendo siempre en cuenta esa alternativa indeseable que en buena parte les ha llevado a apoyar la investidura. En cualquier caso, va a ser una legislatura en la que no faltarán en el bloque del pacto progresista los sobresaltos, las incertidumbres y los recelos. Sobre ese alambre deberá ejercer su conocido funambulismo el reelegido presidente. Añádase a estos obstáculos la cerril oposición que puede esperarse de la derecha que, además, tiene mayoría absoluta en el Senado y el poder de la mayoría de comunidades.

Ha fracasado la derecha en toda su extensión, la clásica, la extrema y la ultra. La batalla campal en la que habían convertido la investidura ha quedado reducida a la jauría irreductible de nazis que vocifera, insulta y destroza en la sede de Ferraz. Eso en cuanto a su expresión violenta, que no se entiende cómo puede consentirse semejante bronca a fecha y hora fija, en el mismo lugar y sin autorización. Pero además, esta especie de cruzada tras el estandarte de la amnistía ha servido para que salgan a la luz y den la cara otros estamentos agazapados afines a la derecha, gentes de toga, celebrities, artistas, opinadores y mediopensionistas. No le va a ser fácil al líder frustrado Alberto Núñez Feijóo gestionar este desengaño que no tiene vuelta atrás. La realidad del triunfo de Sánchez –el felón, el dictador, el terrorista, el rompepatrias- siempre se impondrá en el tiempo al mantenimiento de las concentraciones sabatinas y, ya puede andar con cuidado, pronto se afilarán los cuchillos para segarle la hierba bajo sus pies. No le va a ser posible mantener en el tiempo la tensión y la protesta callejera, la hipérbole, la grandilocuencia y el insulto. Ahora toca, simplemente, trabajar en serio para hacer oposición y presentar alternativas. Cosa que la derecha no ha hecho desde que perdió el poder. Ahora toca, y esta va a ser la peor tarea, quitarse de encima la garrapata de Vox, auténtico obstáculo para que el PP sea tenido en cuenta e incluso para su propia supervivencia. Abascal, de perdidos al río, ya se ha echado al monte. Feijóo le ha seguido hasta el campamento base. A ver si es capaz de seguir adelante por su cuenta, o cae precipicio abajo.