Aunque a la hora de contar, el aspirante Feijóo sigue empeñado en que fue él quien ganó las elecciones, la mayoría de la gente contempla con regocijo su deambular como alma en pena buscando un apoyo para gobernar aunque sea a precio de saldo. A decir verdad, y aunque arroje piedras contra mi propio tejado, debo reconocer que la mayor parte del personal –en este caso la gente que votó por repetir el acuerdo progresista- entiende la política desde la ingenuidad y sin malicia. Y puesto que nos hemos salvado por los pelos de la regresión ultraderechista, mucha gente no acaba de entender las reticencias y los maximalismos que se enuncian por parte de las formaciones que se supone serán compañeras de viaje del Gobierno PSOE/Sumar.

No cabe duda de que en política hay mucha distancia entre la sencillez casi candorosa de la mayoría de votantes que esperan y confían en mantener los principios progresistas del actual Gobierno, y las condiciones expresadas por las direcciones de los partidos que lo apoyarían. Desde la ingenuidad, lo que apremia es resolver. Desde la rentabilidad política, lo que apremia es negociar.

A día de hoy, y tras comprobar la impotencia de las derechas, y ello a pesar del mes de regalo que le han dado a Feijóo para intentarlo, no quedan más opciones que acordar los apoyos necesarios a Pedro Sánchez, o repetir las elecciones. A votar otra vez. Y desde la ingenuidad de los que sólo buscan resolver, muchas pieles se erizan al constatar la altura del listón de los que necesitan hacer rentable su apoyo. Y aquí viene la incomprensión para quienes aportan su voto desde la ingenuidad. Todas esas gentes que temen, con razón, una alternativa de retroceso en las libertades, de desigualdad social, de machismo y de xenofobia. Son gentes que no se rompen demasiado la cabeza, reconocen un enemigo claro, y hay que huir de él.

Reconozco que en este planteamiento no se tiene en cuenta la realidad y la supervivencia política de los partidos, que incluso como estrategia para un acuerdo precisan poner los techos altos. Por supuesto, la experiencia enseña que solamente desde la presión y ante la necesidad del grande, se han logrado evidentes beneficios parta los pequeños. Los ingenuos, sin embargo, temen que la cuerda se rompa si se tira de ella demasiado y quisieran asegurar cuanto antes un acuerdo de investidura bajando el listón si fuera preciso. Ya habrá tiempo, piensan, durante cuatro años para ir acerando posturas y, a una mala, ponerle al Gobierno en aprietos e incluso amenazarle con una moción de censura.

Pero, amigos ingenuos, la cosa no funciona así... Sólo cuando está en apuros el poderoso cede ante los débiles. “Seamos realistas, pidamos lo imposible” es algo más que un aforismo del Mayo francés. Es una táctica de defensa que a fin de cuentas viene a ser lo único que se entiende desde el poder. Táctica arriesgada, por supuesto, que pone de los nervios a muchos ingenuos sin que, a fin de cuentas, llegue la sangre al río.