Las chicas ganaron. Campeonas del mundo, nada menos. Quizá porque no se lo esperaban tiene más mérito el título y, en este país que celebra los triunfos deportivos como si fueran glorias apoteósicas, las chicas confiaban en que la gesta iba a ser mediáticamente intensa y duradera que, por fin, la calle iba a aclamar y comentar cómo también las mujeres han sido capaces del máximo éxito en una disciplina deportiva tan protomachista, tan ranciamente masculina como el fútbol. Pero apareció en escena un baboso, y estropeó la fiesta. De aquellas jóvenes, tan capaces, tan empoderadas, tan ilusionadas, casi se dejó de hablar veinticuatro horas después de recibir el trofeo de su vida.
Luis Rubiales, como presidente de la Federación Española de Fútbol, estaba en el palco, con las autoridades, o sea, la reina, la infanta, el ministro y unos cuantos prebostes y enchufados. Luis Rubiales, en pleno lance y cara al público, ya apuntó maneras cuando celebraba el segundo gol de “sus chicas” echándose la mano a la huevada, ¡toma moreno!, en una provocadora señal de chulería. Luis Rubiales, todo un personaje, llegó a la presidencia de la Federación para forrarse y con la promesa de que quienes le apoyasen también se forrarían. Menos que él, claro, porque 1.850 euros al día, más casoplón, mas dietas, más participación en negocios futboleros solo o en compañía de otros, es bicoca que no está al alcance de cualquiera.
Luis Rubiales, personaje turbio cuyo currículum no pasó de futbolista de medio pelo, es el típico hombrecillo macho-machote venido a más que se endiosó con el cargo y nunca se tomó en serio el fútbol femenino. Pertenece a esa especie viejuna de no evolucionados que llama “guapas” a las jugadoras, pide la cuenta como “la dolorosa” y se refiere a su pareja como “la parienta”. Luis Rubiales se cree presidente con derecho de pernada y, a saber por qué la elección, cuando llegó a la felicitación la jugadora Jenni Hermoso, le plantó un beso en todos los morros. Millones de telespectadores pudieron ver y alucinar tanto el beso no consentido como la desafiante tocada de entrepierna.
Luego, cuando se armó la que se armó, aún tuvo le desvergüenza de casi ordenarle a la chica avasallada que firmase con él un documento de pelillos a la mar, casi de consentimiento en el atropello, la efusión del momento. La Jenni, bendita sea, le dejó con el documento al aire y que cargue con las consecuencias. Y ahí quedó Rubiales, entre sobrado y acojonado, esperando que amainase la tormenta. Pero no escampó. La foto del beso forzado y la de su apretón de huevos en el palco han hecho historia, historia vergonzante de hasta dónde llegan la prepotencia y el abuso de poder.
Aunque Luis Rubiales comprobó que por su sobrada le caían todas las furias oficiales del averno futbolístico, cuando se vio abandonado por políticos, colectivos sociales y lameculos mediáticos, convocó a asamblea de federaciones sabedor de que a ella acudirían mayoritariamente sus presidentes incondicionales, deudores de favores prestados. Ante sus devotos, pronunció un discurso altivo, chulo, misógino y soez, en el que culpó de su infortunio al “falso feminismo” y, en el colmo de la desvergüenza, a Jenni Hermoso con la que, según él, tuvo “un piquito consentido”. Ante su relato victimista y surrealista, los suyos, los leales de favores prestados y sumisión interesada, Rubiales vociferó que no pensaba dimitir, faltaría más. Y, enloquecido, anunció subida de sueldo a sus más leales. Todo ello ante el silencio sonrojante de buena parte del fútbol español. Ante semejante chulería, no queda otra que sea el propio Gobierno el que inhabilite a este elemento.
Tras esta historia lamentable, lo que sí ha quedado claro es que en eso del fútbol hay demasiado macho sin desbravar, demasiada prepotencia en las alturas, demasiada turbiedad en el desempeño de las funciones y demasiado oportunista de plantilla en cargos públicos, por deportivos que sean. A Luis Rubiales aún le quedarán favores que cobrar y amiguetes dispuestos a cubrirle las vergüenzas, porque los pillos con cargo público siempre flotan. Y como con mucha agudeza vaticina un twittero, “la Real Federación Española de Fútbol anuncia que Luis Rubiales será trasladado de diócesis”.