Así, mirado sin más sensibilidad que la del pleno agosto, resulta incongruente que nos encontremos en un momento político casi crítico mientras en la vida real preparamos animosos el viaje, o volvemos de él, Celedón acaba de subir, le da fuego el artillero sobre la bahía, Marijaia se retoca el colorete y algunos aún rumian el almuerzo de sanfermines. Estamos de vacaciones, o casi, y el tiempo se detiene en las terrazas del ocio y la cañita. Me pregunto yo, si a todo este personal que hace y se hace el agosto le quitaba el sueño, o al menos le inquietaba, lo que ocurriera el jueves en el Congreso.

El problema es que, preocupase o no al personal ocioso, a excursionistas, aventureros o carne de éxodo estival, el jueves la democracia salvó el primer obstáculo en una carrera en la que sobran vallas y abundan trampas. La constitución de la Mesa del Congreso ha dado como resultado un cierre de filas de los partidos que están por el progreso y el reconocimiento de la diversidad de este país. Un acto que durante décadas casi no pasaba de protocolario ha liquidado definitivamente el bipartidismo y ha evidenciado como nunca el vigor de las nacionalidades demostrando así la entelequia de la España Una.

La constitución de la Mesa del Congreso, durante tantos años puro chalaneo entre dos, esta vez ha destapado la soledad de la derecha extrema, que no ha parado de intrigar desde que perdió el poder. La bambolla del éxito electoral al que llegó Núñez Feijóo a base de prepotencia mediática, encuestas serviles y mentiras flagrantes, ha quedado en nada. Ni siquiera Vox le ha prestado sus votos, porque la extrema derecha puede pagar traidores pero no perdona verse privada de prebendas, y menos por el fuego amigo.

Bueno, se ha pasado el primer susto. Pero sepan los que pretendieron un paréntesis vacacional con suspense, que todavía queda mucha tela que cortar. Que aún nos esperan unos cuantos sobresaltos. A quienes se limitan a mirar el panorama por encima, es lógico que sólo les cabía un acuerdo porque el dilema era progreso o regresión.

Nada debería impedir una clara opción por el progresismo, o sea, a ciegas con Pedro Sánchez porque la alternativa es Feijóo-Abascal. Pero qué va, hay muchas más aristas que limar.

La Mesa del Congreso resultante, así, de saque, creen algunos que garantiza un nuevo Gobierno de coalición PSOE-Sumar y el apoyo de todos los demás, de todos los que han votado a Francina Armengol, animosa socialista balear que en su día hasta propuso un referéndum sobre la monarquía. Pues no. Ahora viene acordar para que ese Gobierno sea realidad y comienza el baile. Sánchez prometerá lo que sabe que no puede dar. Puigemont exigirá lo que sabe que no puede exigir, PNV, ERC, BNG, EH Bildu… se pondrán a la cola para cobrarse su apoyo y Sánchez, el resistente, irá capeando las demandas con una sonrisa, estirando el chicle hasta el límite para volverlo a encoger en cuanto le invistan, salvado por la campana. Mientras tanto, seguiremos con la congoja de qué hay de lo mío, de que no hay apoyo gratis, de ojo, mirad si no lo que viene. Y lo que viene, puestos en lo peor, son unas nuevas elecciones. Y eso ya es acongojante.