Se acabaron disimulos y contemplaciones. Hasta hace poco Feijóo quería hacernos creer que dándole de comer a la bestia la iba a domesticar. Nos engañó Feijóo a todos –incluso a sí mismo- suponiendo que haciéndole un sitio en sus gobiernos la extrema derecha iría centrándose, pero todo apunta a que el supuesto centrismo del PP se va acercando al lugar que quieren los fascistas. Y es que no se puede controlar a la bestia y, por su ansia de poder, el PP va entreverando sus ejecutivos autonómicos con altos cargos nazis que imponen sus ideas nazis. Hasta tal punto el PP de Feijóo ha perdido los papeles, que ahora son mucho más conocidos del gran público los trogloditas ideológicos de Vox en su puesto de segunda fila que los propios presidentes del PP. Y es que, además, parece que los de Abascal lo hacen con recochineo situando a la crème de la crème de sus fanáticos al frente de los Parlamentos que el PP les ha ido habilitando.

Lejos quedan las garantías que el presidente del PP pregonaba antes del 28-M, lejos los compromisos ingenuos de Borja Semper, lejos la firmeza de la aspirante a presidenta de Extremadura… Con Vox, ni a heredar, venían diciendo. Pues, mira por dónde, con Vox a heredar y a pillar donde se pueda. Porque sin Vox, las aleluyas de la victoria en el 28-M quedan con sordina, y desmadejados los aplausos. Y ya, desde sus primeros pasos, se está comprobando que el PP está dispuesto a tragar lo que le echen con tal de que Vox le mantenga en el poder.

Estos primeros indicios de regresión no son más que apercibimientos de la que nos espera si el 23 de julio es de verdad el día de la bestia. Según los sondeos –y las ganas mediáticas- es muy posible que las elecciones las gane el PP que, como ahora, gobernaría con la extrema derecha, con los neofascistas. Y como Vox antes opinaba pero ahora actúa, no nos quepa duda de que van en serio a arrasar cuanto de progreso social han logrado el actual Gobierno y sus apoyos parlamentarios. Si el 23-J se cumplen los pronósticos y llega el día de la bestia, preparémonos para la derogación de todo lo que no les gusta: leyes como la eutanasia, la memoria democrática, el aborto, el sí es sí, la reforma laboral, la trans, la de vivienda… en fin, todo lo que de progresista ha legislado el ya excomulgado Sanchismo. Malos tiempos asoman para la condena de las agresiones machistas, para la acogida de inmigrantes o para el freno al cambio climático. O, simplemente, para las libertades democráticas. El día de la bestia se abrirá la veda para el retroceso hacia el machismo rampante, el odio al diferente, el recorte a las libertades, el nacionalcatolicismo y el revisionismo nazi.

Por supuesto, votar el 23 de julio, en plena canícula vacacional, es un engorro; votar de nuevo en un plazo de dos meses es una broma pesada. Ya sin esos malos rollos pudimos comprobar tras el 28-M el tremendo peso de la abstención, que puso alas a lo más exaltado de la derecha española. Toca sacrificio, incluso acudir a las urnas con las narices tapadas, pero es necesario de toda necesidad frenar a la bestia. Tengamos en cuenta de que del Ebro para abajo buena parte del personal zampa sin atragantarse la bazofia ideológica de Vox, de la que el PP hace condimento necesario y obsesivo porque todo vale para sacar a Sánchez de la Moncloa.

Sólo el voto progresista multitudinario podrá impedir la tragedia de una rencorosa involución que hará retroceder a este país a situaciones antidemocráticas felizmente superadas.