Una vez más nada puedo comentar del discurso navideño del Borbón porque no lo vi. En realidad, no lo he visto nunca, ni el del hijo ni el del padre. No le tengo afición a ese numerito de polvo a los ojos y nada espero en lo social y en lo político de lo que considero un montaje navideño. Un estafermo que perora a sílabas contadas de lo que le hacen decir, lo que no deja de ser triste, por vacuo. Ese discurso es un evento navideño inevitable, como lo son los villancicos, la rancia zambomba (donde la haya), la lotería de doña Manolita y el turrón de Jijona… y las broncas familiares, para quienes disfrutan de este peculiar modo de pasarlo bien. El discurso real tiene sus adeptos dispuestos a aplaudir vaya el rey en bolas o uniformado, y sobre todo tiene sus cazadores a la pasa, los que saben de antemano qué bolas van a pasar rodando o qué pájaros no van a pasar ni en broma, en un caso para tener la escopeta de tinta cargada con mostacilla y perdigón, y en otro doblada y a un lado, y en su lugar un trago porque ya se sabe que esos pájaros tan deseados no van a pasar, ni ese día ni nunca. Los cazadores se sentirían decepcionados si el Borbón hablara de las andanzas de su padre el emérito, algo que es imposible de hecho, por múltiples razones, de los daños sociales que está causando la pandemia, de los ancianos cuyas muertes deberían haber estado hace ya meses en los juzgados de instrucción, del fascismo cuartelero, mucho más que una broma zafia de borrachones… orden de asuntos de verdadero calado político estos últimos de los que sí habló, pero no en Navidad, sino cuando a la torva derecha le vino bien, como sucedió en lo más intenso de la crisis catalana.

Los del discurso borbónico son decepciones y enojos que me ahorro porque estos días tengo otros asuntos de conversación, otros motivos de hacer risas con los míos o mis vecinos, y otros, sobre todo, motivos de enojo a diario a nada que me asome a la agenda mediática. Con discurso o sin discurso, hacen siempre lo que quieren, porque sin piedra real alguna en el camino, sigue siendo el rey, mientras les dure el modelo de Estado heredado del franquismo. Me gustaría ver un horizonte republicano, pero mi optimismo no da para tanto, al menos no ahora mismo.

Urteberrion! Acoquina pensar en lo que nos deseamos con entusiasmo ahora hace un año, cuando no había adivinadora clásica del porvenir que pudiera predecir la calamidad que nos iba a caer encima, porque eso es lo que cubre nuestras cabezas: una calamidad impredecible, cuyo fin se espera con ansiedad, aunque no se vea el momento de su llegada… feliz año nuevo, ay.

¡El fin del mundo, lo dicen las estrellas! Ay mi madre, lo que sí dicen los más sesudos es que vamos, poco a poco, andando flojos de cabales, al margen de haber tenido buenas oportunidades para vernos las caras y concluir que, al menos en lo público, mucho, mucho no nos gustamos.

¿Y la nueva normalidad? Uuuh, eso fue hace mucho y pasó sin sentir; fue visto y no visto, se disolvió en un desbarajuste que venía creciendo en calles y despachos. ¿Y el palabro? El palabro se perdió. Era humo, confusión, enredo, lo de antes, pero en peor. La peor prueba: multas cuantiosas para los manifestantes que pedían sanidad pública e impunidad absoluta para los cayetanos que pretendían tumbar al gobierno entre berridos e insultos rojigualdos.

¿Y los abrazos? Sí, no me opongo, todo los que usted quiera, a los nuestros, a nosotros mismos, en nuestro íntimo miedo y desamparo, el que nos ha recluido, pero me temo que muchos de esos abrazos son de Judas porque está claro que a quien no los daba le han entrado unas irrefrenables ganas de darlos, más que nada porque le han dicho que es mejor que no los dé, no porque, con gran acompañamiento orquestal, sienta una acometida arrebatada e irrefrenable de fraternidad y el soplo delviento del vivir soñando el nuevo sol en que los hombres volverán a ser hermanos. Vaya por Dios. Estrafalarios. Mucho más de lo que nos gusta reconocer… y sí, urteberrion y augurios de pájaros favorables, y lo que gusten, pero que lo que venga no sea peor que lo vivido en este año de no creer.