Las empresas guipuzcoanas no son muy propensas a que los trabajadores participen en la gestión de las mismas y tengan capacidad de influir en las decisiones relacionadas con la organización del trabajo, hasta el punto de que se sitúan a la cola de sus homónimas europeas, solo por delante de las eslovacas, a la hora de fomentar la implicación de sus empleados en estas cuestiones.

Esta es una de las conclusiones más llamativas del informe “Participación de las Personas Trabajadoras”, elaborado por Mondragon Unibertsitatea (MU) por encargo de la Diputación Foral de Gipuzkoa, que ha sido presentado recientemente a partir de la opinión expresada en una encuesta por un total de 1.741 trabajadores pertenecientes a 333 empresas de capital o de economía social del territorio.

Según la encuesta, los trabajadores encuestados “no perciben que se les consulte acerca de los objetivos de su labor, ni a la hora de tomar decisiones que influyen en su trabajo o acerca de la mejora de los procesos de trabajo de su departamento u organización”.

Esta percepción, en contra de lo que desde algunos sectores empresariales pretenden señalar, evidencia una de las grandes debilidades de nuestras empresas, sobre todo las pymes, cuando se habla de la innovación no tecnológica, es decir, la que hace referencia a la organización interna de las compañías, entre otras cuestiones, y que no están respondiendo de manera eficaz a la gran transformación que la industria 4.0 y la digitalización están provocando a la hora de implantar otros modos de relacionarse con sus clientes.

El cambio de paradigma que están suponiendo las tecnologías de la información y comunicación (TIC) influyen de manera importante a la hora de cuestionar esquemas estructurales vigentes hasta ahora en nuestras empresas como organigramas jerárquicos y rígidos, departamentos estancos, etc.

La evolución va por la vía de la participación de los trabajadores en el proyecto empresarial que tiene una incidencia directa no solo en el bienestar de las personas, sino también en la rentabilidad de las empresas. A mayor participación de los trabajadores mayor bienestar de las personas, aunque no se ha podido demostrar todavía que eso conlleve mejores indicadores de rendimiento, mejor desarrollo territorial y mejores resultados económicos de las empresas.

Precisamente, en el Informe de Competitividad de Euskadi de este año elaborado por Orkestra-Instituto Vasco de Competitividad se pone el foco en la debilidad que nuestras empresas presentan en la innovación no tecnológica, frente a la fortaleza de la tecnológica, donde la Comunidad Autónoma Vasca (CAV) sigue siendo líder.

En este sentido, se recomienda seguir avanzando en el impulso de la inversión en áreas como la formación de los trabajadores, mejoras en la cualificación de los puestos de trabajo, proseguir en la recuperación de la calidad del empleo y aspectos de organización interna.

En esa misma línea, el informe “La economía intangible en España. Evolución y distribución por sectores (1995-2016)” elaborado por la Fundación Cotec para la innovación y el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (IVIE), que fue presentado hace unos días en Madrid, pone de relieve que la CAV registró un retroceso en la inversión en activos intangibles del 2,1% respecto de su PIB durante el periodo 2013-2015, es decir, durante los primeros años de recuperación de la crisis.

El estudio analiza la inversión en activos intangibles como I+D, software, capital humano específico de la empresa, diseño, publicidad, estudios de mercado, estructura organizativa y otros activos inmateriales ligados a la propiedad intelectual como originales de obras recreativas, literarias o artísticas en un total de 27 sectores de actividad en las 17 comunidades autónomas del Estado.

La CAV lidera el ranking en inversión en I+D con un 1,74% de su PIB en 2015, año del que se tienen los últimos datos relacionados con las comunidades autónomas, seguida a corta distancia de Madrid con un 1,72%, frente al 1,24% del Estado, mientras que la inversión en mejoras de la estructura organizativa de las empresas fue del 0,7%, lo que le sitúa en el puesto duodécimo de la tabla, a distancia de Madrid con un 1,6% y de la media estatal con un 0,9%. Todo un síntoma.

En cuanto a la formación de trabajadores o en el capital humano de las empresas, la inversión que realizaron las compañías vascas fue del 0,8% del PIB, lo que le colocó en el tercer puesto del ranking por detrás de Madrid con un 0,9% y Asturias con un 0,8%.

El estudio afirma que la revolución tecnológica está obligando a introducir cambios importantes en las empresas que parten, si se quiere mantener los niveles de competitividad, de una división del trabajo más horizontal, menos jerárquica y la participación de equipos multidisciplinares con trabajadores de distintas procedencias geográficas, culturales y formativas que contribuyan a ampliar la visión, algunas veces demasiado local, de las empresas.

Como decía el premio Nobel de Economía de 1987, el estadounidense Robert Solow, “los ordenadores están por todas partes, menos en las estadísticas de productividad”. Realizar inversiones en tecnología de la información (TIC) por sí mismas no significa aumentar la productividad, si ello no va en paralelo a cambios en la organización y en la formación de los trabajadores. Todo ello, desde la creencia de que la inversión en este campo no solo moderniza los sistemas productivos, sino que puede contribuir a paliar los efectos de las crisis económicas y evitar la destrucción de empleo, así como el enraizamiento de las empresas en el entorno donde radican.