l Consejero de Educación catalán considera un ataque intolerable el hecho de que algunos paisanos pidan para sus hijos un 25% de las materias en castellano. Lo tolerable es que hagan como él, sin duda de otra clase, y envíen a la chavalería a una costosa escuela plurilingüe, donde recibirán a su gusto ese cuarto de quijotesca ración. Y si les apetece, más y mejor. No es el único cargo que con una mano ordena al prójimo que se inmerse y con la otra hace emerger a su familia.

Tampoco es nada nuevo. Parte de la elite catalana ha optado por educar a su prole en aulas donde no se aplica la receta mágica, y obligada, que propugna y exige para el populacho. Centros privados multilingües, internados suizos, institutos franceses, el abanico es hermoso. Las razones son para enmarcar. Oriol Junqueras eligió el Liceo Italiano "por tradición familiar". Al parecer, esos progenitores rebeldes carecen de pedigrí genealógico. José Montilla prefirió un colegio alemán porque "es una maravilla, así tendrán trabajo". A cambio recibían solo una hora semanal de catalán, "poquísimo, la verdad", según su mujer. Y como es poquísimo, y como es verdad, lo patriota es que los súbditos traguen muchísimo mientras que los mandamases acaparen la maravillosa maravilla.

Es posible estar a favor del catalán y defenderlo de otra manera. Resulta muy cansina, y muy castrante, esa dicotomía según la cual debes aplaudir una única fórmula de promoción lingüística o escuchar que eres un engañado, un españolista, un idiota, un etnocida, según le dé al ofendido. Como si estuviéramos condenados a otra dicotomía: la pelea a garrotazos o el mutismo cobardón.