o sé qué dictarán los expertos, sean filósofos, médicos o jueces, pero estando aquí para opinar escribiré que sí le creo. Al Prenda me refieroPrenda. Con ese derecho con el que usted quizás no le crea, o con el que cree a otros arrepentidos. Pienso que buena parte de los malos, la buena parte del ser humano, se acaba confesando, enjuiciando y condenando sobre la almohada. Y, como en un triste juego de muñecas rusas, se fustiga ante un dios, una sociedad, un prójimo o, al fondo del almario, solo ante uno mismo. Algunos tienen la valentía de dar voz a su mudo mea culpa hasta pedir perdón al Otro. Y, de estos, unos pocos además sirven al vecindario de ejemplo benéfico. No obstante, conviene recordar la perogrullada: para arrepentirse basta estar arrepentido.

Y es que no es obligatorio hacer pública una contrición para certificar que uno la siente en privado. O sea: cabe lamentar haber obrado fatal y guardar el dolor como una cicatriz eterna dentro de uno. Esta postura, claro, carece de sentido didáctico para la comunidad y de valor terapéutico para la víctima. De hecho, ignoro si el Prenda merece hoy menos castigo ni si aquella chica respira con más alivio, porque el deseo de ser disculpado y ver la pena rebajada también es de Perogrullo. Me limito a señalar que la conciencia de cada cual es un misterio que solo cada cual conoce, y a veces ni eso. Así que, estando aquí para opinar, concluyo creyendo que el Prenda se arrepiente en serio de su delito, aunque se lo haya contado al mundo. Al igual que muchos paisanos, supongo, se arrepienten de veras de los suyos, aunque solo lo sepan ellos.