ace ya un tiempo que la forma de hacer política por Madrid comenzó a alejarse de la cortesía parlamentaria. La llegada de Vox ha abierto una nueva boca en ese volcán de la política, y así hoy no hay sesión de las Cortes en la que no haya bronca. La semana pasada, Meritxell Batet, presidenta del Congreso de los Diputados, tomó la palabra para que sus señorías reflexionasen sobre la situación. Fue un necesario discurso de la presidenta, aunque intuyo que no servirá para nada. Puede que siendo ella la tercera autoridad del Reino de España, no pueda ir mucho más allá. Sin embargo, pedir a todos los parlamentarios que analicen sus comportamientos diluye la clamorosa responsabilidad que Vox tiene en esta situación. Y es que, cuando la presidenta les preguntaba a los miembros del Congreso si eran conscientes de la imagen que se proyectaba hacia fuera, Vox debería haber gritado: ¡Sí! No solo saben perfectamente la imagen que se traslada a la sociedad, sino que, precisamente, ese es uno de sus objetivos. Quieren demostrar que la democracia parlamentaria no funciona, que es un desastre. Evidenciar que el diálogo no sirve, ni arregla nada. Seguir alimentando esa imagen de que el Congreso es solo palabrería para ganar dinero y que, si dejasen a la gente de a pie, en un par de tardes, se solucionaba todo. Claro, no nos dicen cómo, pero no hace falta que nos lo digan. Aún, algunos, tenemos muy presente el franquismo, y ya sabemos cómo se las gastan otros dirigentes de ultraderecha por el mundo. Su juego es de sobra conocido: hacer algo hoy un poco más grave que aminore la burrada que hicieron ayer. Claro que si se les confronta, se les da su minuto de gloria y además se hacen la víctima, pero no hacerlo solo permite la metástasis de la vida en democracia. Merkel en Alemania lo tuvo siempre muy claro, pero el PP de Pablo, ¿con quién está hoy casado?