n sábado por la tarde, tumbado en el sofá con tu pareja ves que tu hijo sale para la calle. Al preguntarle a dónde va, te responde que ha quedado con su novia. Cierra la puerta y tu chica y tú seguís a lo vuestro. No hay nada por lo que preocuparse. En el fondo, hasta sientes algo de orgullo: tu hijo es todo un conquistador. Al rato pasa tu hija que, a la misma pregunta, responde que ha quedado con Ion. Se cierra la puerta de casa pero se abre la de las preocupaciones y, hasta la del miedo. Ya no te hace tanta gracia la respuesta. ¿Quién será el Ion de las narices?

Es solo una historieta inventada que he solido compartir con amigos para reconocer el machismo que subyacía en hombres como yo, que nos decimos comprometidos con la igualdad. Muchos me daban la razón. No pocas mujeres también. Creíamos que seríamos unos aitatxos modernos, pero era muy posible que mirásemos de forma distinta a nuestros hijos, en función de si eran chico o chica.

Hoy, con dos preadolescentes por casa, la historieta pronto se hará realidad. Claro que me preocupa mi hija. Sé que va a tener que luchar más que su hermano y, hasta tener más riesgo de sufrir una agresión o acoso, solo por ser mujer. Pero veo con orgullo a una niña que camina, como muchas de su generación, hacia un tipo de mujer consciente del machismo, y con ganas de volar sin que nadie se atreva a cortarles sus alas. Al que miro con miedo es a mi hijo y los de su edad. Miedo a que el relato machista en formas y mensajes que fluye por Internet haga que nieguen la desigualdad que sufren las mujeres; o que repitan eso de que también hay mujeres que pegan a los hombres; o que su idea de la sexualidad sea la pornografía. Suena raro que mañana, 25 de noviembre, sienta más miedo por mi hijo que por mi hija. Es la demostración de lo mucho logrado, pero una gran evidencia de todo lo que nos queda por hacer.