olo unas pequeñas huertas rompen el brillante verde de la frondosa montaña asturiana por el que baja el sendero. En un momento, se empiezan a escuchar los bufidos del mar y la tierra que contemplas se hunde para, al caminar un poco más, descubrir una pequeña playa. Increíble. El suelo es de arena y el mar lo es de agua salada pero, donde suele abrirse un horizonte azul, aquí solo hay un muro de roca. Gulpiyuri es una playa interior que el mar ha ido construyendo. Primero fue una minúscula grieta en las paredes rocosas de la costa de Llanes. Después, la erosión creó una cueva en la que el mar ya entraba y salía, sin pedir permiso a la montaña. Pero el mar Cantábrico quiso más, y la cueva se hundió hasta crear una playa. Parecía imposible pero hoy es real. Una gema que espero el turismo no le robe su brillo.

La voracidad de la actualidad y la segunda ola de la pandemia temo que nos hagan olvidar demasiado rápido, la pasada moción de censura de Vox. Sería aún peor que quitáramos valor a la gravedad de su discurso. La democracia española nació con una grieta al no extirpar todos los restos de la dictadura. También sabíamos que algunos tenían una cueva dentro del sistema pero es que hoy, ya están rompiendo sus paredes. La playa ya se está formando con sedimentos extremistas como: la normalización del orgullo franquista, el matonismo político, ya no bajo el tricornio de Tejero sino, dentro de la chaqueta siempre apunto de estallar de Abascal; la defensa de la ilegalización del diferente; o la banalización de la violencia contra las mujeres, entre otras perlas. Con Gulpiyuri, el mar nos ha regalado una playa en pleno monte pero, en el caso de Vox y los que gobiernan con ellos, el fruto de su martilleo, ni será tan bonito, ni podremos mañana llevarnos las manos a la cabeza, cuando las olas del fascismo, ya bañan la alfombra del Congreso.