Mañana. Preguntas al día siguiente y otra vez, “mañana”. Hasta que llega el momento en el que sabes que ese “mañana” significa nunca. Así debe de sentirse la juventud a la vista del poco caso que se les hace desde las administraciones y principales agentes sociales. El nuevo Gobierno de España ha vuelto a confirmarlo. Las dos primeras decisiones, para los pensionistas y los funcionarios. Existen concejalías y departamentos con técnicos que se parten el cobre pero, ¿qué pueden hacer con cuatro duros y, peor aún, ante la falta de compromiso estratégico? Como mucho, vestir el santo. Y esto no varía con gobiernos de izquierdas o de derechas. Ni siquiera los sindicatos. El documento con el que se publicita la huelga general de esta semana no tiene una sola referencia directa a la juventud. El discurso políticamente correcto exige mencionar a los pensionistas y a las mujeres pero no a la juventud y, como bien sabemos, lo que no se nombra, no existe. Sin embargo, estamos ante un problema social de primer orden. Ellos quieren irse de casa a los 23 pero lo hacen a los 29 años; en Donostia la media del alquiler es de 1.305 euros, vamos, que es más fácil pillar primera línea de playa en Benidorm a la hora del Ángelus que ver a un joven con piso; y para redondear el drama, su entrada en el empleo no es precisamente por la puerta grande: el 68% tienen contratos temporales y un salario medio, insisto medio, de 1.164 euros. Poco parece importar que la mayoría sean trilingües, con estudios superiores o que casi la mitad participen en asociaciones. Lejos de mí el promover el choque mayores contra jóvenes. Esa batalla no existe porque para las decisiones que cuestan dinero de verdad, la juventud no pinta nada. Seguiremos diciendo aquello de “juventud, divino tesoro” sin percatarnos que, siéndolo ciertamente, hemos escondido tanto ese tesoro que ya ni nos acordamos de él.