s una opinión unánime que la sesión del Congreso español en torno a la reforma laboral fue un verdadero esperpento. Pero sucede que hasta ahí llega el consenso. Nos ponemos a partir de ese punto a escudriñar el asunto y nos encontramos con que todo depende. Hablamos de la feria según nos va en ella. Por ejemplo, en eso que se llama disciplina de voto. No me duelen prendas en coincidir en esto con una Cayetana Álvarez de Toledo que ironizaba el lunes sobre el hecho de que infinidad de diputados populares que en su día pidieron su expulsión por desmarcarse de las instrucciones de su partido aplaudan ahora con fervor a los dos navarros de otro partido que han actuado de igual manera.

Tampoco se nos escapa el hecho de que si la actuación de Meritxell Batet con el voto del mentecato diputado Casero la hubiera tenido una presidenta del Congreso de derechas con un parlamentario del otro bando, el escándalo hubiera sido mayúsculo para muchos de los que ahora miran para otro lado. Desconoce uno dónde está la razón en este caso, pero resulta descorazonador que ante un asunto como este que debería ser analizado en claves no ideológicas nadie se mueva de su bando, de su trinchera. A unos les parece indignante lo que mañana les parecerá lo correcto. Y viceversa.

Y qué decir del comodín de Vox. Llegado el momento, siempre emergen los listillos de turno que piensan haber encontrado el puyazo definitivo contra aquellos que coinciden en su voto con el partido de Abascal, aunque ello sea por razones antagónicas. Claman al cielo en su estúpida sobreactuación preguntando cómo se puede votar con los fachas. Son tan imbéciles todos ellos, que no se dan cuenta de que el partido en el que militan ha actuado exactamente igual en infinidad de ocasiones. Consten estos tres ejemplos que demuestran que tan disparatado como el Pleno parlamentario está siendo el espectáculo posterior, donde toda opinión depende. Ya sabemos de qué depende.