s de suponer que la capacidad de razonar de los 77.000 ciudadanos que el domingo votaron al PDeCat en Catalunya estará en la media del resto de los electores. Que conocían perfectamente las escasas posibilidades de que el partido llegara al Parlament, como también le ocurre a quien vota al Partido Verde en las presidenciales de los EEUU, al PACMA en Gipuzkoa o a Más País en Bizkaia en las generales. Por ejemplo.

Eso de llevar a los miembros de una candidatura a las instituciones no es el único de los motivos que impulsa a las personas al elegir la papeleta. Hay quien con su voto protesta, quien insta a otros a cambiar el rumbo, quien piensa estar labrando así el futuro de un partido o quien considera necesario saber cuánto suma la lista escogida. En definitiva, para muchísima gente la utilidad de un voto no se circunscribe únicamente al hecho de alcanzar un escaño.

Lamenta uno decir perogrulladas, pero si la candidatura de Pere Aragonès superó el domingo a la de Laura Borràs es porque más gente votó al primero. Dar por hecho que de haberse presentado unidos como hasta ahora todos los votantes del PDeCat del pasado domingo habrían optado por JxCat no deja de ser una hipótesis, como también lo es suponer que no habría habido fugas de votantes disconformes con la presencia en las listas de las gentes de Àngels Chacón. Por su parte, decir que los votos del partido ahora extraparlamentario fueron arrojados a la papelera supone gran simpleza en el análisis.

Lo afirma quien nunca ha ocultado sus simpatías por el partido de Carles Puigdemont. Porque esto no va de uno u otro partido; todos ellos -no solo los catalanes- han reprochado en alguna ocasión a alguno más pequeño su mera concurrencia a las urnas con argumentos inadmisibles como ese tan manido de quitar escaños. Se trata de que de una vez por todas dejemos de hablar de papeleras, de utilidades y de inutilidades; y de que comencemos a respetar a los votantes y los porqués de su elección.