Chris Froome, el mejor corredor de esta década, disputa hoy la última etapa de la Vuelta a España y cierra así un camino descomunal en la estructura del Sky-Ineos, antes de pasar el año que viene a un equipo israelí. Con 36 años, tras una lesión gravísima la temporada pasada que casi le cuesta la retirada, Froome, ganador de cuatro Tours -más dos podios-, dos Vueltas -más dos podios- y un Giro, está a la altura de las leyendas de este deporte, al menos en cuanto a las tres grandes vueltas por etapas. Las sospechas sobre posibles ayudas dopantes -dio un resultado adverso por el que inicialmente se le sancionó y luego se levantó porque se consideró que fue una circunstancia no buscada con una medicación que tenía permitida-, el apabullante dominio del Sky desde 2012 hasta 2019 en el Tour y el enorme presupuesto inglés le granjearon millones de detractores. En esta Vuelta a España, Froome se ha dedicado a correr su primera grande desde el Tour de 2018 y a trabajar de gregario para Carapaz. En muchas etapas, descolgándose a las primeras de cambio. Ante eso, muchos han aplaudido el lado más humano del que hasta hace poco parecía un robot y también su capacidad para ayudar a un compañero siendo como es una estrella. Otros, en cambio, le pedían y le piden que se retire, que no manche con estas imágenes su trayectoria. Me parece fascinante esa manera de pensar, la de aquellos que casi se creen en la potestad de querer exigir cómo quiere un deportista acabar su carrera, da igual el nivel que haya podido alcanzar. Esto es extensible a la música, el cine, la literatura. Está esa mítica frase: lo mejor que podría hacer es retirarse. ¿Mejor para quién, para él o para la idea que tú quieres conservar de él? A mí encanta la gente que se hace mayor y no está para ganar ni brillar como antes en la cúspide y sigue haciendo lo que más le gusta. La vida es una cuesta abajo y está muy bien así. ?