Hablé esta semana con un amigo, al que llamaré T. Hacía bastante tiempo que no hablaba con él. Siempre es un placer, porque T, con el que tuve la suerte de trabajar unos cuantos años, es una mezcla casi perfecta de inteligencia, sencillez y honestidad, de las que se encuentran pocas veces en la vida: las puedes contar con los dedos de las manos y seguro que te sobran dedos. Siempre estaré en deuda con él por lo mucho que me ayudó cuando empecé en aquel trabajo. T cumplía ese día 80 años. Me dijo que no sale a la calle desde marzo. Me quedé pensando. Y lo que pensé me lleva a creer que hace bien, al igual que hace bien el que con esa edad, o al menos o algo más, sí sale, con las debidas precauciones. Me contó que por ahora se maneja y entretiene muy bien en casa y que, cuando lo eche de verdad de menos, saldrá, que no es miedo, es que no ve la necesidad por ahora. Me pareció muy bien. Estuve por decirle que el día que lo vaya a hacer, en la franja que creo que aún seguirá en fase 2 de entre las 10 y las 12 o las 19 y las 20, que me avise y que yo mismo me subo a algún altillo con la telescópica y padre o madre que vea volviendo tarde a casa o runner que se adelanta, me lo cepillo. Mañana entramos en esa fase y hay que recordar varias cosas: según la mortalidad y la prevalencia de la enfermedad hasta ahora 5% según los datos preliminares del estudio, en España ha muerto 1 de cada 33.000 menores de 9 años que ha cogido el virus, 1/25.000 de 10 a 19, 1/6.666 de 20 a 29, 1/2.950 de 30 a 39, 1/1.500 de 40 a 49, 1/475 de 50 a 59, 1/131 de 60 a 69, 1/38 de 70 a 79, 1/10 de 80 a 89 y 1 de cada 5 de más de 90. Es completamente comprensible que nuestros más veteranos tengan mucho respeto a esto. Seamos serios y no una cuadrilla de cabrones y dejemos que si salen en sus horas sea con la mayor seguridad posible. No cuesta nada y les debemos eso y mucho más.