Han pasado 41 años desde que la gota fría –ahora llamada dana– anegó Euskadi, dejando a su paso muerte y destrucción. Todos los que vivimos aquella dramática situación la hemos revivido tras la tragedia en la Comunitat Valenciana. Hay similitudes y cuestiones más o menos similares entre ambos hechos, transcurridos con cuatro décadas de diferencia –o sea, salvando las distancias– y también muchas diferencias. Entonces nadie avisó de lo que venía, porque no había medios. Hubo hasta bulos, como el que decía que Bermeo había desaparecido completamente, pero era más fruto de una especulación irresponsable –fruto de que lo que sucedía era que la localidad estaba incomunicada– que un intento deliberado de extender el miedo y el caos, como ahora. Hubo entonces también gestores irresponsables, como aquel gobernador civil de infausto recuerdo por tantos motivos llamado Julián Sancristóbal –sí, uno de los principales condenados por los GAL– al que le traicionó un micrófono inesperadamente abierto y se le oyó aquello de “Esos son una banda de hijos de puta y unos provocadores que se cansan pronto de manejar la pala”, en alusión, al parecer, a los comparseros de Bilbao que limpiaban el barro, lo que le valió que le dedicaran el eslogan que hizo fortuna de “Señor gobernador, usted es bobo”. Era mucho más que eso. No pasó mucho más en cuestión de barro político, salvo la grave agresión que sufrió el alcalde de Bilbao, José Luis Robles, que resultó herido en un ojo, cien días después, ya cuando reabrió el Casco Viejo. La solidaridad fue envidiable, el trabajo conjunto. El autogobierno, pese a que era incipiente, funcionó, el lehendakari Garaikoetxea asumió el liderazgo, Madrid colaboró. Instituciones y ciudadanía hicieron su trabajo. Y Euskadi surgió del barro. Nos reinventamos, nació el nuevo Bilbao. No es por dar lecciones –Dios me libre– pero Valencia deberá hacer lo mismo. Todos, visto lo visto, debemos reinventarnos, otra vez.