Ayer buena parte de los programas estelares de las televisiones comenzaron bastante después de las diez de la noche. El primero de todos fue El conquistador del Caribe veinte minutos después. El resto de las cadenas aguardaron mucho más. El cine de TVE1, el concurso La voz de Antena 3, Chicote en La Sexta o La que se avecina de Telecinco rondaron las once de la noche para cuando las pusieron en marcha. Ver un programa de esos con sus promociones y cortes de publicidad es una suerte de aventura que te puede colocar en las tantas de la madrugada. Hay estudios que hablan de que un buen porcentaje de espectadores dormita en el sofá mientras cree ver su programa favorito. Claro, buena parte de ese programa acaba difuminado en los intervalos en los que el sueño se adueña de la situación. Hay un alto porcentaje de personas que viven a diario una especie de contradicción al elegir la tele en lugar de la cama y acaban que ni una cosa ni la otra. Pero las consecuencias de esta tardía programación de los programas y secciones que deberían concitar la mayor de las audiencias está provocando una pérdida de espectadores que puede ser irreversible. Esta tendencia ha sido detectada ya por varios estudios. El último lo presentó la empresa GECA: señala que en apenas seis años han huido de la televisión convencional casi un millón y medio de espectadores. No quiero aburrirles con porcentajes pero este último año se ha bajado de la cifra de 16 millones que era el límite en el que deberían sonar todas las alarmas. Solo en 2018 la audiencia perdió 600.000 espectadores que se fueron a las plataformas de pago tipo Netflix. Hay dudas razonables sobre si estos espectadores que pagan por ver la tele se duermen con tanta facilidad como los otros a los que una cabezada no les cuesta más energía que la que consuma el televisor. Supongo que en el futuro también nos darán este dato. Porque astillar por la tele para quedarte dormido en el sofá es tontería. ¿No?