Hay quien opina que son los estatutos y reglamentos los que determinan en realidad la ideología de unpartido político, por encima incluso de susponencias políticas, redactadas por lo general para atraer a un abanico tan amplio degente que hacen obligada cierta imprecisión.
Viene esto a cuento porque, ante la próximacita electoral, comienzan a emerger las disputas internas acerca de la elaboración delas candidaturas. En el frontispicio de lasriñas destacan siempre las discusionessobre el ámbito donde deben ser elegidas laspersonas que representarán a los partidosen las instituciones.
Existe el pensamiento de quienes reivindican con vehemencia que los partidos debenrespetar el ámbito de decisión más cercanoa la institución para la que se elaboran laslistas. Se basan para ello en principios comoel de la subsidiariedad y argumentan quenadie mejor que la militancia del lugarconoce a su gente y que no hay nada másdemocrático que aceptar lo que esta decideen cada demarcación.
Se oponen a esta visión quienes estimanlegítimo que los órganos superiores del partido intervengan en mayor o menor medidaen la configuración de las candidaturas,aunque ello suponga a veces ?muchasveces? cargarse la opinión de la mayoría delámbito para la que estas se presentan. Justifican tal postura con argumentos como lanecesidad de preservar la coherencia en lalínea política del partido o de impedir laproliferación de reinos de taifas.
Ambos posicionamientos son respetables.Los que ya no lo son tanto son los de aquellos que defienden una postura y la contraria según les vaya en la feria. Los de aquellosque aceptan de buen grado que desde arribametan mano ?claro está que para beneficiarlos? cuando son incapaces de que lasgentes de su plaza los elijan para nada, perohacen pública su indignación sin sonrojarsecuando, perdido el favor de la cúpula, exigenel respeto a las decisiones de la base que,esta vez sí, ha querido contar con ellos.
Es entonces cuando más que de listas hablamos de listos. O de listillos.