Preocupados por lo que sucede enCataluña, representantes políticos,destacados intelectuales y personasdel ámbito universitario se afanan en pediruna solución a las partes, en una especie debrindis al sol con escasas perspectivas de éxito. Algunos, no muchos a decir verdad, danun paso más al frente y se aventuran a ofrecer propuestas concretas de desbloqueo, locual es muy encomiable.

Resulta, sin embargo, que comienza uno aleer y analizar tales proposiciones y no termina de encontrar ninguna, absolutamenteninguna, que no se haya sugerido, propuesto, pedido o incluso rogado desde el soberanismo catalán durante los largos años quedura este conflicto. Porque habrá que recordar que todo esto no comenzó un 1 de octubre de 2017, un día en el que debido a unarepentina y extraña locura colectiva a millones de ciudadanos les dio por salir a votar.

La equidistancia en geometría es algo constatable; en política no. Convengamos ademásque es escasa la gente que se sitúa en la equidistancia ante los problemas políticos.Somos más bien el resto los que utilizamoscontra alguien eso de la equidistancia, principalmente como impotente reproche por noverlo situado más explícitamente cercano anuestras tesis. Se confiesa uno usuario de esaarma arrojadiza y hace propósito de enmienda, aunque en ocasiones es difícil evitar cierta irritación ante tanto buenismo naif.

Pero puestos a convenir, convengamos también que no es lo mismo pedir insistentemente a dos partes que lleguen a un acuerdo,que pedir a una de ellas que de una vez realice una propuesta. La infinita paciencia conla que durante los últimos quince años hanactuado quienes recogieron el guante lanzado por Zapatero en el Palau San Jordi, nadatiene que ver con la exhibición de cerrazones, cepillados, porras y escandalosas decisiones políticas y judiciales que hemos visto.No, no es lo mismo.