Tratándose de un aniversario importante, recurrí la semana pasada a las hemerotecas para ver cómo se produjo aquí el debate de la Constitución. Fue una bonita experiencia en la que uno se encontró con artículos, cartas, proclamas, manifiestos, augurios y fotos que le provocaron sentimientos tan diversos que van desde el orgullo hasta la indignación pasando por la sorpresa, el regocijo y la melancolía.

Repetí días pasados la experiencia tras las declaraciones del President Torra acerca de Eslovenia. Y acerté cuando presagié que me encontraría con contundentes opiniones de medios, analistas y políticos, que nada tienen que ver con sus actuales (y frecuentemente impostadas) indignaciones.

Pero como la cuestión eslovena coincidió en el tiempo con temas tan importantes como el desalojo de Xabier Albistur e Imanol Murua, la ruptura de EE entre renovadores y auñamendis, uno de los juicios de los GAL y la autovía del Leizaran, el banquete de periódicos y revistas de 1991 que se ha pegado uno ha sido ingente, casi tanto como la cantidad de realineamientos, conversiones y piruetas ideológicas que se han producido desde entonces.

Nada tiene uno contra los cambios de opinión y las evoluciones ideológicas. Son más bien saludables e incluso deseables, salvo si estas coinciden sospechosamente en el tiempo con el cese o la no renovación en un cargo o bien con el nombramiento en un puesto bien remunerado. Lo que deviene irritante es observar el dogmatismo extremo con el que opinan algunos eternos pontificadores, con idéntica suficiencia digan una cosa o digan la contraria.

De quienes han mutado de esa manera sin que nunca les haya cabido la menor duda, son deseables mayores dosis de humildad y, sobre todo, más respeto hacia aquellos que siguen pensando lo mismo que ellos pensaban hasta anteayer.