El asesinato del pequeño Gabriel nos ha abierto en canal. El más cruel de los desenlaces se clavó en cada uno de nosotros. A ello contribuyó su difusión de su desaparición desde los primeros momentos a través de casi todos lo medios de comunicación. El niño se convirtió en un símbolo común y su desprotección la sentimos como propia. Paralelamente los medios se trasladaron al lugar de los hechos. Es lo que suele pasar cuando surgen noticias como esta. Se manda a los reporteros sobre el terreno, porque allí están los hechos y los testimonios. En el caso de Gabriel las declaraciones de su entorno eran lo única fuente fiable. De pronto apareció Ana Julia, un personaje inquietante: la novia del padre de Gabriel que comenzó a tomar un protagonismo despiadado. Eso lo supimos luego tras su detención, cuando llevaba el cuerpo del niño en el maletero. La fatal noticia no tardó un minuto en llegar hasta el último rincón. Todo parecía diseñado para que nadie se librara del impacto. Trece eternos días de espera habían preparado el caldo de cultivo para que todo el mundo explotara sus opiniones de odio hacia la presunta autora. La presunción de inocencia quedó descartada. En este panorama de pesadilla, lo único que podía librarnos de la terrible realidad es que alguien nos despertara. Pero no. Los hechos estaban ahí. No se sabe de cuántos, pero la impresión es que hay una mayoría que ya valora como insuficiente cualquier pena que le vayan a imponer en el juicio en el caso de que la instrucción la lleve ante el juez junto con quien pudiera tener algo que ver en la muerte del pequeño. Las declaraciones de Ana Julia en Antena 3 y en TVE1 indican el valor de los testimonios y el talento de los periodistas profesionales para encontrar indicios incluso donde nadie lo espera. En medio de esta crimen sin paliativos, la voz de la madre Gabriel y su familia en su dolor infinito, parecen los únicos autorizados para pedir justicia en medio de tanto ruido inútil.
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