Momentos televisivos como el que protagonizó Amaia el pasado martes en OT, son pocos e irrepetibles. Por más que estemos ante un concurso, la actuación musical posee una fuerza que no desaparece por más que se repita. Hay gente que se pregunta sobre el éxito anual de Eurovisión cuando por aquí ni siquiera se arriman a los puestos de cabeza cada vez que TVE presenta un candidato. El tirón a pesar de tanto fracaso continuado, demuestra que hay mucha gente que vive de la música pero no terminan de entender los secretos musicales. Ocurre con la literatura o el cine: pocos dan con la tecla del éxito. En Operación Triunfo han conseguido reunir a una serie de cantantes con diferentes méritos y características. Ahora son ya personajes públicos sin ni siquiera ellos saberlo del todo. Y ese es el mérito de este programa: su capacidad para hacer del espectáculo de la música un éxito televisivo. Y la fórmula funciona -además de porque todos llevamos un cantante frustrado dentro- porque el triunfo tras una brillante actuación en televisión es inmediato como les ocurre a los jugadores de fútbol cuando meten un gol. Operación Triunfo no deja de ser un concurso y por eso esta vez la ganadora de la jornada fue Aitana porque en todo juego hay que poner un contrapunto para que la atracción se mantenga. En realidad esta edición no quiere alejarse del todo de la primera: aquella que parió de golpe varios cantantes (Rosa, Bustamante, Bisbal, Chenoa, etc.). Un parto que, con la distancia, no queda claro si fue natural o provocado por los lobbys de la industria musical. En esta nueva edición como todas las anteriores, miran de reojo y todavía está siguiendo los pasos de la primera. Hasta que Amaia canta y entonces, claro: todo es novedoso.