La Junta Electoral Central entra de oficio en la campaña catalana para que eliminen el color amarillo los miembros de las mesas electorales. Y no es una cuestión de superstición. No. Pretenden evitar que este color se convierta en un símbolo. Una metáfora de lo que estas elecciones forzadas representan. Esta prohibición mostrenca se parece a la que han establecido las autoridades indias prohibiendo de día los anuncios de preservativos en televisión, por no se sabe qué temor a que los niños y niñas saquen sus propias conclusiones sobre la prevención y la profilaxis. A efectos prácticos, prohibir un color o un método anticonceptivo por lo que representan es como si hoy tuvieran consecuencias ser fan del pájaro Big Bird de Barrio Sésamo o votar en Cataluña con una camiseta de Los Simpson al igual que en la década de los cincuenta se escandalizaban por el golpe de pelvis de Elvis Presley o en los noventa con el contoneo de Madona abrazando con sus piernas una barra americana. Y puede que, aunque muchos no se hayan dado cuenta, la sociedad evoluciona y la censura hoy es una herramienta con la que solo se consiguen retrocesos. Aunque solo sea por eso, se puede aplaudir la noticias que ofrecía ayer Vertele en la que aseguraba que Antena 3 se había hecho con los derechos de Toy boy, la nueva serie protagonizada por un chico cuya profesión es la de stripper. Esperemos solo que no sea una versión masculina de Ana y los siete, probablemente la serie más ñoña y repetitiva de la historia de la televisión. Aunque si quieren un momento televisivo escalofriante, ocurrió el otro día en Cámbiame de Telecinco, en el que se invitó al exministro del Interior Jorge Fernández Díaz, al que algunos recordarán por las grabaciones que se produjeron en su mismo despacho. Un material tan burdo que solo recordarlo da tanto asco como miedo. Tanto como eso de prohibir el amarillo en las urnas o los condones en la tele.
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