Ahora que la Ponencia parlamentaria sobre Paz y Convivencia trata de aunar consenso para reactivarse y desarrollar sus trabajos cabe recordar que por encima de inercias y de planteamientos rígidos y pétreos muchas veces se logra construir mediante humildes pasos y de manera silente nuevas realidades y avances sociales. Una experiencia personal vivida durante el desarrollo de actividades enmarcadas en el ámbito de la Capitalidad Cultural Europea de Donostia confirma esta tesis. En el marco del programa European Dialogues visitó Donostia durante el pasado 2016 Javier Solana, ex secretario general de la OTAN y el primer Alto representante que tuvo la UE para la Política exterior y de Seguridad Común. La conferencia/coloquio tuvo lugar en el Museo de San Telmo, como el resto de sesiones del ciclo, vino precedida de cierta polémica social y en este contexto el Komite Internazionalistak organizó una concentración de protesta en las puertas del museo coincidiendo con el desarrollo del debate.

Como universitario, como ciudadano vasco y como demócrata no atisbo un mínimo reproche personal a tal planteamiento crítico expresado a través de tal concentración ciudadana. Al contrario. La libertad ideológica, de pensamiento, la libertad de expresión y de manifestación deben ser salvaguardadas como un tesoro protector de la esencia de toda democracia que quiera de verdad merecer y mantener tal denominación como régimen político.

La protesta cívica es una forma de expresión social que no debe ser acallada preventivamente nunca. Merece la pena recordar las palabras de Voltaire en el siglo XVIII: “odio sus opiniones, pero me haría matar para que usted pudiera expresarlas”.

La esencia de valores que aportaba el hilo conductor al proyecto de la capitalidad cultural Donostia 2016 entroncaba de pleno con la defensa de este derecho, de esta libertad de expresión ciudadana. Por ello, la propuesta y la apuesta como ciudadano (y que pude ejercerla activamente, al tener el encargo de dirigir ese debate) fue proponer transformar y acompasar la protesta cívica de quienes así deseasen expresarse con el debate abierto, crítico y sin más límites que el respeto a la libertad individual de todos, incluido por supuesto también la del ponente, Javier Solana.

Invitar a una persona como Javier Solana no significa comulgar con su ideología, ni validar sus decisiones en épocas de responsabilidades geopolíticas de alto nivel, ni amparar su proyecto de una Europa de Seguridad y Defensa. Invitar a Javier Solana (o a cualquier otro ponente) abre una puerta para el debate, para el contraste de opiniones, para la argumentación fundada, para la defensa de modelos alternativos, para obtener una foto plural de opiniones y enfoques acerca de Europa y el mundo y del papel de Euskadi en el marco de la globalización.

El verdadero reto consistía en proponer e invitar al debate a quienes lícita y democráticamente iban a expresar su protesta previa al mismo. Es decir, que, en la medida en que lo desearan, se sumasen al mismo, que participasen, que expresasen sus opiniones, que expusieran a todos los asistentes su visión crítica y su modelo alternativo de sociedad. No se trataba de una mera pose para quedar bien, sino un gesto sincero y que finalmente se tradujo en el desarrollo de la protesta cívica en la calle y en la posterior participación activa en el debate, tras escuchar el discurso del ponente, exponiendo su manifiesto argumental ante todos los asistentes.

Ese compromiso con el debate y la discrepancia es la lección más preciosa de todo el año de la capitalidad y su principal legado: romper inercias, quebrar tabúes, relativizar la acendrada visión tribal de País y de sociedad, debatir desde el respeto a quien opina diferente, convivir desde la fortaleza social que otorga la pluralidad ideológica, compartir el esfuerzo no solo de trasladar la crítica mediante la manifestación sino también, si se desea, optar por la contraargumentación y la exposición de principios alternativos.

Y todo ello para convivir, para ir un poco a contracorriente, que tanto cuesta a unos y a otros. Todos sumamos en el poso de destilación que un debate serio aporta. Suena pomposo, pero es que lo debemos hacer, dentro y fuera de la política: confrontar de verdad ideas, proyectos y modelos de sociedad que hemos de construir entre todos, unidos en la diversidad.