en este nuevo año 2017 volverá a haber elecciones, entre otros estados en Francia y en Alemania, donde la extrema derecha cobra inusitada fuerza. En Francia, casi siete millones de electores votaron en la última elección al Frente Nacional abanderado por Marine Le Pen. Es una cantidad enorme de ciudadanos que se echaron en brazos de un partido antisistema que fía la mejora a la salida de Francia de Europa, la vuelta al franco como moneda y el cierre de fronteras para los inmigrantes.
Por su parte, Angela Merkel tendrá que luchar frente a quienes desprecian su política de puertas abiertas a los refugiados y le reprochan haber sacrificado los intereses alemanes en beneficio de los europeos, como si fueran dos ámbitos extremos e irreconciliables.
Con la integración europea, los ciudadanos descubrimos un espacio de valores, de democracia y de solidaridad que se ubicaba en las antípodas del cinismo y la represión de la dictadura. La red pelágica de la austeridad impuesta y de los recortes sociales ha gripado el motor de la construcción europea que es y ha sido siempre la solidaridad, para pasar a imponer un modelo europeo basado en el egoísmo estatal del sálvese quien pueda; en lugar de integrarnos más para hacer frente a las duras consecuencias sociales de la crisis nos desintegramos en absurdas autarquías estatales que exacerban los miedos, los temores, los populismos y la demagogia, y fruto de todo ello emergen con fuerza los movimientos de ultraderecha que han ganado potente terreno en el propio Parlamento Europeo y en numerosos estados.
¿Qué se esconde detrás del brexit, cuáles son las verdaderas razones de la salida del Reino Unido? La primera ministra Theresa May y su equipo han dejado muy claro que el problema no es Europa, sino la particular visión que los conservadores británicos muestran acerca de la vida en sociedad. Han sido colonizados por las ideas xenófobas del UKIP, y ahora le roban el discurso con un mensaje profundamente antieuropeísta que cala gracias al desafecto popular debido a la forma de afrontar la crisis desde Europa, al que añaden el verdadero amianto en cuanto veneno que representa la xenofobia para la democracia.
La Unión Europea se creó después de la Segunda Guerra Mundial para garantizar la unidad socioeconómica de un continente desgarrado por el fascismo. Europa debe recordar que el precio de fomentar el fascismo es, con mucho, más cruel y más costoso que cualquier deuda nacional.
La crisis económica no es una excusa, quizás sea un acelerador, un pretexto para refugiarse en la ignorancia, en el miedo y aferrarse a la comodidad mullida de los prejuicios. El racismo siempre ha existido, pero ahora muchos políticos lo aprovechan para sacar partido de ello. Es más sencillo extender el odio hacia el extranjero que el respeto al que es diferente. El racismo es la pereza del pensamiento, por no decir el rechazo a pensar. Es una desviación inadmisible de los valores democráticos. Debemos combatir esta lacra con una verdadera rebelión cívica, basada en valores de convivencia, de solidaridad, de respeto al diferente.
Tal y como acertadamente ha descrito Bernard Guetta, existe una “lógica” para el éxito de esta nueva extrema derecha disfrazada de moderada, convertida en defensora de los beneficios previamente adquiridos y que aboga por el cierre de las fronteras y el fin del libre comercio.
A estas alturas de un mundo globalizado como el que nos toca vivir, ¿es posible afirmar que “los trabajos británicos son para los británicos” o que hay que plantearse restringir la presencia de estudiantes extranjeros (calificativo que incluye a los europeos) y defender a la vez cínicamente, como lo ha hecho Boris Johnson, el histriónico exalcalde Londres y ahora ministro de Exteriores británico, la idea mantra de “Reino Unido Global”?
Otro modelo de populismo al alza, debe ser el signo de los tiempos, viene representado por el zar Putin, que aspira a reinventar una posmoderna Rusia imperial, una especie de nueva URSS que eleve el orgullo atávico de la vieja potencia a la que el desnortado pero tan ególatra como demagogo nuevo presidente de EEUU, Donald Trump, parece admirar. Todo lo que sea encerrase en sí mismo, levantar muros y murallas como falsa muestra de poderío, parece encandilar a esta clase de nuevos dirigentes políticos mundiales que muestran lo peor de los valores de vida en democracia.