de vez en cuando, los medios de comunicación incurren en una práctica profesional rechazable y deleznable que consiste en presentar como información lo que no es más que mercancía averiada de fuentes desconocidas o poco contrastadas, que se convierte en importante información con capacidad de influencia en la opinión pública y más en momentos delicados de periodos electorales o coyunturas políticas sensibles y tensas como la de Catalunya. Pero siendo este comportamiento manifiestamente contrario a los criterios de ética profesional, aún resulta más grave el silenciamiento de los hechos comprobados a posteriori como falsos y que los medios tienden a ocultar con desgraciada compostura informativa. Si ya es de por sí arriesgado darle carta de naturaleza a un informe amañado, distorsionado y falso, más peligroso para el sagrado derecho a la información es la práctica de ocultar el descubrimiento del engaño, falsedad y juego sucio practicado en el tratamiento informativo. Esto mismo ha ocurrido con el famoso informe policial, de supuesta procedencia oficial que ha resultado práctica de juego sucio contra políticos nacionalistas embarcados en una operación política de soberanismo y que ha despertado a las cloacas de los guardianes de las esencias patrias. El supuesto informe que emborronaba la imagen política de Mas, Pujol y cía ha resultado de procedencia desconocida y sin marchamo oficial. Y el periódico que dio la exclusiva a bombo y platillo y que arrastró a los demás medios se calla con el recurso de que esta boca no es mía y esconde la mano tras el destrozo, pero en este jodido país de rinconetes, los escándalos se producen con tal rapidez que uno tapa a otro y así vamos dando tumbos con una profesión cada vez más cuestionada y unos medios que van cada uno a lo suyo, eso sí tirando la piedra y escondiendo la mano.