CANTA el maestro Bruce Springsteen que en el origen de la humanidad, el ser humano puso nombre a las cosas en su abundante diversidad y así completó el ciclo de la comunicación, primero sonora y posteriormente, escrita, permitiendo recoger la realidad en la representación de los sistemas hablados. A partir de este momento de inicio de la singular actividad comunicativa, los seres humanos han desarrollado capacidades y sistemas para manipular, tergiversar y manejar interesadamente las numerosas lenguas que en el mundo son para intereses espurios que buscan ocultar la realidad de los hechos y construir opiniones manejadas favorablemente para los intereses de quien mete mano a las palabras con inconfesables fines. De esta forma, un determinado uso de la lengua permite construir frases, utilizar términos y manejar sintaxis que poco tienen que ver con la veraz y correcta representación de hechos, conductas y opiniones en la diaria comunicación. Es desternillante el cómico episodio de un político, portavoz gubernamental o protagonista de la actualidad evitando llamar a las cosas por su nombre y practicando equilibrios en el trapecio de lo que no permite manipulación, subterfugio o trampa lingüística. Al pan, pan y al vino, vino o más claro que el agua son expresiones que reflejan una sabiduría acumulada en el tiempo que no puede esquivarse sin quedar con las vergüenzas mentales al aire. Que se lo pregunten a la secretaria general del PP, empeñada en un ejercicio de miserable funambulismo que amenaza con estrellarla contra la pista, sin red, por su pretendido empeño de ocultar la realidad del caso. Lo suyo evitando el monumental chandrío del corrupto Bárcenas raya el intolerable absurdo y manifiesta despreciativa concepción del personal y la opinión pública: la de que somos tontos de remate.
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