la semana pasada estuvo agitada por el asunto de la supervisión de contenidos que el Consejo de RTVE quiso imponer a los redactores de la casa, entrando en inews, que es el sistema operativo contra el que trabajan en las redacciones de la radiotelevisión pública estatal. Los ánimos censores de una tal Rosario López Miralles, consejera pepera y para más INRI trabajadora de TVE, arrastró a los miembros del consejo a una decisión que tuvieron que revocar en veinticuatro horas ante la reacción de profesionales, políticos y demás agentes sociales que estimaron un auténtico disparate la decisión del Consejo. Rubalcaba y Rajoy reaccionaron de inmediato en precampaña y solicitaron el cambio de criterio de los miembros del órgano rector, como así ocurrió y se espera de los consejeros imiten al representante de CCOO que ha dimitido por decencia y dignidad. De momento, los restantes se muestran reacios a salir por la puerta de atrás y siguen en sus poltronas, tan campantes, siendo el hazmerreír del sector que ha visto como pasaban del diego al digo, con una cara dura digna de mejor causa y sin inmutarse un ápice. La tormenta desencadenada por la torpeza de estos aprendices de brujo, manejados no se sabe por quién, ha reforzado la libertad y el modo de actuar de los periodistas del medio público que sigue empeñado en convertirse en referente informativo europeo. La proximidad electoral había despertado el afán draculino de la muchachada que ansiaba satisfacer las demandas de quienes les pusieron en el cargo, por cierto bien pagado y bien dotado para el ejercicio de su actividad consejera. La obsesiva manía de influir, manejar y supervisar la labor de los informadores es tan vieja como la profesión y por ello debe de ser protegida como servicio a la sociedad. Una fatal decisión que debiera terminar con los consejeros en la puñetera calle.