Hay muchas razones para indignarse, para protestar, para enarbolar la bandera anti-sistema, para gritar ¡basta! Tal vez a todo ello se debe el enorme éxito de difusión y ventas de la breve pero intensa publicación del francés Stéphane Hessel, de 93 años, titulada Indignez-vous!, que invita a la reflexión acerca de la falta de movilización social frente a lo que él define como crecientes desigualdades sociales. Hessel, su autor, es un tipo fascinante cuya historia personal abarca desde la resistencia contra la Alemania nazi a su participación, en 1948, en la elaboración y redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, uno de los más trascendentales para la humanidad de los últimos seis decenios.
Hessel se declara indignado con lo que ocurre, con las enormes desigualdades que el mundo moderno está creando y con la inacción de sus ciudadanos. Está indignado como lo estuvo cuando luchó por la libertad en la Francia ocupada. Está indignado e invita a la gente a estarlo con él ahora que llega al final de su vida. Es un llamamiento ante la falta de compromiso social en nombre del sentimiento ante la injusticia.
Si proyectamos este sugerente razonamiento sobre nuestra sociedad vasca, en pleno contexto de crisis económica, con decisiones político-judiciales en torno a la participación política de ciudadanos vascos que causan a la par perplejidad e indignación, con manipulaciones informativas que contaminan procesos de normalización política, con demonizaciones interesadas y maniqueas de determinadas orientaciones políticas, con la latente presencia de ETA que se resiste a desaparecer para siempre de nuestra realidad social, con una clase política que permanece demasiado alejada de la realidad ciudadana y de sus verdaderas preocupaciones…, si sopesamos todo ello podríamos pensar que hay que enarbolar la pancarta de lo negativo, de la frustración, de la queja, del reproche, de la indignación, del pesimismo.
Hessel, el autor de esta atractiva reflexión en torno a la necesidad de movilización social, afirma que la violencia vuelve la espalda a la esperanza. Hay que preferir la esperanza, la esperanza de la no violencia. Es el camino que debemos aprender a seguir. Esto es lo permitirá acabar con la violencia terrorista. Y reivindica a su vez con fuerza un llamamiento a una verdadera insurrección pacífica contra los medios de comunicación de masas que no proponen como horizonte para nuestra juventud más que el consumismo de masas, el desprecio de los más débiles y de la cultura, la amnesia generalizada y la competición a ultranza de todos contra todos.
Sin pretender restar un ápice de entusiasmo a la lectura de este manifiesto, propongo apostar por el pesimismo constructivo. La indignación libera, es un buen analgésico individual y social, pero no cura, no construye, no permite superar de verdad las causas de la frustración. Para un político, para un ciudadano, para cualquier miembro de nuestra sociedad siempre es más fácil colocarse detrás de una pancarta abanderando un sentimiento negativo que trabajar para construir. Hay que protestar, sin duda. Hay que dejarse oír, también. Pero los maniqueísmos sobran si queremos avanzar hacia una futura reconciliación social. El primero, el principal y el único paso verdaderamente clave para que estemos ante el principio del final debe darlo ETA diciendo se acabó. ¿Debemos ser todo el resto de ciudadanos vascos meros espectadores pasivos? Al desapego, a la desafección y al ninguneo social les ha seguido la mayoritaria percepción de que la solución radica única y exclusivamente en ellos, en que materialicen la decisión que inútilmente prorrogan y prorrogan, tratando de encontrar una "pista de aterrizaje".
A los miembros de ETA tan solo les hace falta coraje, dignidad y sentirse de verdad abertzales para dejar de hacer daño a nuestra auténtica construcción nacional, les falta asumir la necesidad de respetar las reglas básicas de convivencia. Y entre esas reglas sociales y políticas la primera es la de educarse en la frustración. Nadie puede pretender lograr por la imposición del chantaje y de la amenaza de la violencia el proyecto político que no logra hacer realidad por ausencia de mayoría social. El reto de la convivencia en nuestra nación vasca pasa por reconocer empática y recíprocamente al diferente. Estigmatizar al que no secunda tu proyecto político, marginar social y políticamente a quienes no comulguen con la orientación socialmente mayoritaria, construir bloques cerrados frente a otros sectores sociales no es el camino hacia una verdadera construcción nacional.