Digo endémico porque creo que es un síntoma arraigado en la humanidad, que tiene visos de convertirse en pandémico si esta sociedad sigue en la línea de contagios que va a través de un virus alarmante llamado estupidez.Me voy a referir, ya lo habrán adivinado por el título, al impacto mediático global que se ha generado a través de la decisión del Gobierno australiano de no permitirle jugar el torneo de tenis allí, obligándole a un aislamiento una vez ha llegado a esa nación, a pesar de saber las exigencias que debía cumplir e invitándole a volver sobre sus pasos.Él, imagino, se cree por encima de los demás. Es un número 1 y se debe considerar libre de cualquier cuestión que atañe al común de los mortales. Y no es así, por supuesto. No tiene ningún derecho más que cualquiera de nosotros y, en todo caso, sí tiene más obligaciones por ser una figura mediática a nivel global. Entre esas obligaciones está dar ejemplo a través de la ética, no solo en el desarrollo de ese deporte (que no lo viene dando, por sus comportamientos en pista, en más de una ocasión) sino en la imagen que traslada a la propia sociedad, que puede ver en él un referente deportivo para animar sus propias metas (por ejemplo, en los niños y jóvenes que practican este deporte). Lo que está haciendo, por generar el conflicto hasta llegar a tener que esperar una resolución judicial, es un nocivo ejemplo.Pero a ese mal endémico en muchísimas de las personas mediáticas (a todos los niveles y en todos los ámbitos), se une el de los hinchas furibundos que, sin pararse a razonar, defienden su postura y agreden verbalmente (creo que lo harían físicamente si pudiesen) a cuanto discrepa de su rocinantemiento. Su padre, por ir al que ha saltado a los medios con una campaña infame (seguida por gente aplaudiendo sus exabruptos), se permite el lujo, no solo de atacar a un Gobierno, y por ende a una nación, sino de apelar al sentimiento de nacionalismo con su, más o menos, “si alguien pisa a Djokovic, pisa al pueblo serbio y pisa a Serbia”. Y encima sale el propio primer ministro serbio a rasgarse las vestiduras. Este tipo de mensajes son muy nocivos y pueden llevar a resultados poco deseables (imaginen a un australiano que viva o esté de vacaciones por allí, con el miedo de que algún forofo de esos le pueda increpar... por suerte, imagino que la población serbia, en general, no transita por esos derroteros). No tiene pocos problemas en su agenda un Gobierno como el australiano (como cualquier otro), como para tener que andar en estos berenjenales, creados por unos inmaduros (hijo, padre y la cohorte de acompañamiento, incluidos los antivacunas, que han tardado un segundo en tomarlo como bandera) y unos demagogos (como ese primer ministro y su Gabinete -e imagino que el resto del arco parlamentario serbio- que así creen contentar a su pueblo y evitar les pasen factura en unas elecciones). Más vale que este tipo de personas, in crescendo, en todo el mundo, no levitan. Llegarían a tapar el sol y moriríamos por una glaciación.