En una entrevista con Inmaculada de la Fuente, pocos meses después de la muerte de su hermano Joaquín Garrigues (1980), Antonio Garrigues explicaba lo que era una ruptura con la tradición católica familiar. “Yo no puedo llamarme católico, no solo porque practique o no practique, que no practico, sino porque no puedo considerarme católico, aunque es cierto que soy muy religioso, un religioso cósmico diría yo”. La entrevistadora nos lo presentaba como conocedor de las teorías orientalistas, desde el yoga a la macrobiótica, una simbiosis entre la cultura occidental y la oriental. Viviane Forrester, crítica literaria de Le Monde, manifestaba en una entrevista no muy reciente: “No tengo religión. Pero sé que la vida es más que lo que vemos”. Más cercano a nosotros, Julio Caro Baroja, ante la pregunta de Feliciano Fidalgo, se mostraba tajante: “Pienso que el final de la vida es una liberación. El más allá no me preocupa nada”. Miguel Delibes, de quien el entrevistador aseguraba que la muerte había sido una obsesión en toda su obra, se explicaba así: “Quizá es que la muerte es la soledad. Yo tengo un sentimiento religioso, pero eso no basta para borrarla y ser feliz. Tengo una idea cristiana de la vida, una idea de Dios, pero sometida a vacilaciones, crisis y dudas de todo hombre que piensa”. A Kenzaburo Oe, Premio Nobel de Literatura, que en sus trabajos literarios pretende sacar al hombre de su sombra, de su parte más oscura, se le preguntaba si eso quería significar la salvación de su alma. Y la contestación era esta: “Yo no tengo una creencia, una religión y no creo en Dios. Sin embargo, sí creo que la oración es un aspecto esencial del ser humano”.Tras la muerte del maestro de periodistas Silvio Montanelli, Il Corriere della Sera publicó en primera página este último escrito (1909-2001), una especie de necrológica que se adelantaba cuatro días al momento de su fallecimiento: “Miércoles 18 de julio, 1.40 de la madrugada. Llegado al final de su larga y atormentada existencia. Indro Montanelli. Periodista. Fuceccio, 1909-Milán, 2001. Se despide de sus lectores agradeciéndoles el afecto y la fidelidad que le han demostrado. Que sus cenizas incineradas se recojan en una urna y se fije la base, sin obra de albañilería, en el nicho de su madre Maddalena. En la modesta capilla de Fucecchio. No se desean ni ceremonias religiosas, ni conmemoraciones civiles”.Javier Quintano Ibarrondo