El pasado 26 de febrero llegó a las carteleras cinematográficas el documental Non dago Mikel?, donde se repasan los hechos acontecidos durante los 20 días de detención y desaparición que finalizaron con la aparición del cadáver del joven Mikel Zabalza Garate en aguas del río Bidasoa. Se estrenó 35 años y tres meses después de aquella noche en la que Mikel salió por última vez de trabajar de las cocheras de los autobuses urbanos de Donostia para caer fatídicamente en manos de una Guardia Civil, previsiblemente rabiosa y justiciera, tras los atentados cometidos la víspera por ETA, que acumulaba la trigésimo tercera víctima de las 36 con las que se cerraría el año. Y junto a las otras personas detenidas aquel martes invernal, no quedó en un control más de los tantos que cortaban las carreteras de la época. Fueron a parar a Intxaurrondo, aquel siniestro lugar difícilmente descriptible extramuros. Sirven para hacerse una idea las imágenes de archivo donde se aprecia la inmensidad del edificio, dos tanquetas aparcadas en la entrada y un sinfín de Patrols que desfilaban en las inmediaciones. Más allá de las atrocidades allí acaecidas, este documento quedará en la filmoteca como relator de uno más de los crímenes de Estado que quedaron impunes, maquillados gubernamentalmente como errores en medio de una especie de guerrilla que se jaqueaba sin calcular el precio a pagar. “Nuestro chico tiene que aparecer, donde sea, pero tiene que aparecer”, confiaba la madre de Zabalza en los agónicos días de espera. El ministro Barrionuevo escurría las preguntas directas que apuntaban a un desenlace brutal a cargo de un cuerpo policial y, a su manera, también compartía que aparecería. Una de las lecturas consoladora que saqué tras la visualización y con la perspectiva de los años pasados fue que (aunque cabe seguir en la búsqueda y el reconocimiento y reparación por parte de los responsables), al menos apareció. Y el hecho de tener un lugar donde poder llorar e ir a visitar al ser querido tras décadas en un territorio con decenas de miles de personas desaparecidas arrebatadas para siempre a la memoria, evita el eterno impacto psicológico de no saber qué ha sido, dónde está o si vivirá o no un familiar desaparecido. Zorionak a Llamas, Merino y a los familiares de Mikel por compartir su desgarro.